Si uno tuviera que explicar qué es lo grande y qué es lo accesorio en el toreo, tiene que confesar, a tenor de lo visto ayer en Valencia, su incredulidad. Uno piensa que lo fundamental es el trazo del muletazo, el enganchar al animal por delante, el pasárselo cerca, el llevarlo largo por abajo y sobre todo el remate del muletazo por debajo de la pala del pitón, que es lo más difícil del toreo. Por ese debajo con un suave giro de muñeca para dejar la muleta puesta y ligar los muletazos, no hilvanarlos cuando no hay remate y se les deja a los toros la cara tapada.

La confusión de uno viene porque el público valenciano, facilón como pocos, a tenor de lo que ayer se vio no aprecia eso. Gusta más del toreo eléctrico, del toreo accesorio, del toreo efectista, de los pases cambiados, de uno por aquí y otro por allá, y del consabido arrimón cuando el toro está atontado.

Lo bueno ayer lo hizo Talavante. El toreo profundo, el toreo rematado, el que pellizca el alma, lo hizo nuestro paisano. El toreo meritísimo cuando a la maestría técnica se une un concepto puro porque se le dan todas las ventajas al animal. Así hizo ayer el toreo el de Badajoz, con la particularidad de que fue un desastre con la espada.

Tuvo un primer toro noble pero a menos. Lo más definitorio de esa faena lo hizo cuando lo llevó con la mano izquierda en lo que fueron naturales largos, muy largos y mandones. Se superó ante el quinto, un toro áspero que no acababa de colocar la cara, al que había que tragar, que estuvo varias veces a punto de cogerlo pero al que toreó con entrega, con valor y con pureza, logrando series intensas y muy rematadas. Tandas en las que la belleza residía en el reposo, en esa mano izquierda sublime de por sí, en esa cintura que gira, a veces hasta el infinito, y en ese cada vez más delicado giro de muñeca.

El Juli estuvo muy listo ante dos toros que no es que digan mucho a favor de esta afamada ganadería. Uno, el que abrió plaza, que se movió aunque tuvo poco fondo, por lo que le hizo una faena pulcra, y poco más. Y un cuarto que se movió pero al que faltaba final del muletazo, por lo que acortó distancias y tras una estocada y descabello, el presidente, inepto como pocos, le dio una surrealista vuelta al ruedo y las dos orejas al torero, que antes había paseado una del primero.

El otro triunfador fue López Simón. Valiente, sí, pero dueño de un toreo más efectista que puro, toreo noria a media altura porque no hay profundidad en el muletazo, pues una cosa es torear y otra dar pases. Diestro muy pendiente del tendido, que hace faenas deshilvanadas, sin más argumentación que dar muchos pases.

Tuvo López Simón un primer toro al que no dejó picar y en el pecado llevó su penitencia, pues el animal se vino arriba y el trasteo resultó embarullado, con muchos enganchones y poca limpieza. Y se llevó el sexto, el toro de la corrida y de la feria, bravo en el caballo y en la muleta, de vibrante embestida, que se venía de largo, que repetía, que lució y llenó plaza pero con el defecto de que le costaba humillar. A ese astado le hizo una faena larguísima, de toreo noria por el pitón derecho y mejor cuando lo toreó al natural. Otra vez , según avanzaba el trasteo, en la consabida corta distancia. Dos orejas. Indultaron a ese toro pero, si uno fuera el ganadero, no lo echaría a las vacas por ese defecto capital señalado.