Dice un dicho escrito en las paredes de la Escuela Taurina de Madrid que ser figura del toreo es casi imposible. Para alcanzar ese reconocimiento hay que reunir un sin fin de virtudes. Una de ellas, muy importante, es lo que genéricamente se conoce como raza, que tenerla en un matador de toros es como decir que ese elegido de la fortuna se sobrepone de continuo a la adversidad. Es asentir que ese torero tiene ambición, amor propio.

El Juli derrocha raza a raudales y justo por eso no se da tregua. Persigue triunfar a diario y se supera constantemente. Así se comportó El Juli en Almendralejo.

Era un mano a mano de enorme interés, y así lo entendió el público que abarrotó la hermosa plaza almendralejense. Pero la climatología impuso su ley para echar por tierra lo que, sobre el papel, era un festejo de lujo. El Juli tuvo el lote bueno del parcial festejo. Pero estuvo soberbio con sus dos enemigos, que él convirtió en colaboradores, pues a los dos los mejoró a lo largo de su lidia. Al que abrió plaza, bravo y con calidad en su embestida, le hizo una faena completa y muy acabada por ambos pitones. Muy ligadas las series, le llevaba por abajo, que por donde se somete a los toros, y los muletazos brotaban limpios porque el toro seguía la muleta pero nunca llegaba a tocarla. Se superó Julián ante el tercero, un toro de extrema nobleza, lidiado ya en medio de un diluvio. Aquí también la faena fue completa por ambas manos, ora en redondo con la diestra, ora al natural. Cuando se ve torear a esta gran figura del toreo, queda el regusto de lo bien hecho, de lo que roza la perfección. El lote de Miguel Ingel Perera fue imposible. Siempre defendiéndose su primero, sin celo y sin gas, la faena no alcanzó lucimiento. Y ante el cuarto, al que toreó muy bien con el capote a la verónica, después ya con el ruedo imposible, lo que acusó el toro en sus resbalones, sea por el estado del redondel, sea por su falta de raza que hizo al de Marca rajarse muy pronto, el torero se estrelló ante la adversidad.