TEtn mis excursiones adolescentes, el equipo de supervivencia estaba formado por una gorra, una cantimplora y un bocadillo de patatera. Los tiempos han cambiado y hoy, no hay joven que salga de viaje sin un sofisticado kit de supervivencia formado por una cámara digital, un teléfono móvil, un cargador de pilas y un enchufe cuadrafásico para realimentar su panoplia tecnológica en los hoteles durante la noche. Eso no es malo ni bueno si no fuera porque las conversaciones en los viajes acaban girando casi exclusivamente alrededor del kit y su uso: la cobertura, los mensajes, la selección de red, la manipulación digital... Baste un dato significativo: durante mi viaje europeo con 50 jóvenes extremeños tuve la ocurrencia de sumar las fotografías que habían hecho y la cantidad anonada: 8.340 fotos. En cuanto a los gastos telefónicos, oscilaban entre los 50 y los 180 euros.

También he descubierto el timo de los mensajitos europeos. Resulta que cada vez que cambias de país, las diferentes compañías te reciben cariñosas enviándote mensajes informativos. Lo malo es que te cobran más o menos un euro por cada uno. O sea, tú no los pides, pero te los envían y te sablean. ¿Qué hacen entonces los vecinos de Zarza la Mayor, Piedras Albas y otras localidades fronterizas extremeñas? Cada vez que paso por el tramo de carretera entre Piedras Albas y Zarza, las compañías portuguesas me asaetean a mensajes que no me sirven para nada y me los cobran. ¡Qué sencillo era todo cuando con un bocadillo de patatera, una gorra y una cantimplora te bastaba para viajar y ser feliz!