En 1567, el pintor flamenco Brueghel el Viejo inmortalizó en Regreso de los cazadores a tres hombres y sus perros junto a un pueblo cubierto por la nieve y unos aldeanos que se deslizan sobre dos lagos helados. Dos siglos después, Abraham Hondius pintó a otros cazadores, pero ahora persiguiendo a un zorro que se escabulle por el Támesis congelado. Numerosos documentos escritos recuerdan además que en el río, a la altura de Londres, se asentaba muchos años una importante feria comercial. Estas situaciones, que hoy resultarían insólitas, fueron cotidianas en Europa durante los más de cinco siglos que transcurrieron entre 1300 y 1850. Por méritos propios, los estudiosos del clima llaman a este periodo la pequeña edad de hielo.

"No es un nombre preciso porque no hizo frío siempre, ni mucho menos, pero sí podemos hablar de una mayor recurrencia de los inviernos rigurosos, todo ello con grandes efectos en la economía y en las costumbres", explica en una entrevista el arqueólogo y antropólogo Brian Fagan, que ha reconstruido en La pequeña edad de hielo (editorial Gedisa) la influencia del tiempo en la sociedad. Fagan estuvo la semana pasada en Barcelona para pronunciar una conferencia en CosmoCaixa, museo de la obra social de La Caixa. El libro se publicó ya hace siete años en EEUU, pero sigue vigente.

Antes del termómetro

A los científicos les interesa la pequeña edad de hielo porque ofrece una experiencia documentada sobre el impacto de los cambios climáticos en una floreciente civilización. "La historia tiene mucho que enseñarnos --explica en relación a la actual situación de calentamiento planetario--. No podemos empezar a reaccionar cuando la crisis ya esté encima".

Los hielos perpetuos, los anillos de los árboles y otros restos naturales han sido durante años las herramientas esenciales para el estudio del clima pasado, pero en las últimas décadas se les han sumado con fuerza otras huellas indirectas. "Es muy interesante analizar las cosechas vinícolas en los monasterios porque muchas comunidades se dedicaban a apuntar el día en que comenzaban. Y tras un mal verano, se cosecha más tarde", expone Fagan. Textos conservados en pueblos alpinos también dejaron constancia del aterrador avance de los glaciares. "Algunos crecieron muchos kilómetros, como en la zona de Chamonix, y llegaron a sepultar aldeas enteras. Si comparamos dibujos de 1800 con el estado actual, el cambio es enorme".En aquella época se pensaba que todo era por culpa de Dios, que castigaba a la humanidad por sus pecados. "Hoy seguimos sin saber cuál fue la causa exacta, pero se cree que tuvo relación con pequeños cambios en el ángulo de inclinación de la Tierra con respecto al Sol".Un aspecto social destacado es que el frío trajo consigo una auténtica revolución agraria: "Antes se vivía con una dieta casi de verdura y grano, pero las temperaturas gélidas impulsaron el cultivo de especies resistentes que alimentaran el ganado, sustento esencial en el invierno". La pesca también floreció. Los bacaladeros vascos, por ejemplo, tuvieron gran éxito vendiendo pescado salado, que se conservaba muy bien. Los canales y los ríos, finalmente, fueron vías esenciales del comercio, pero al mismo tiempo su congelación derivaba en problemas de suministro, guerras y hambrunas.Entre uno y 1,5 gradosEs difícil precisar, prosigue el investigador, pero en los años más fríos del periodo, que acontecieron entre 1700 y 1830, la temperatura media anual pudo ser entre uno y un grado y medio inferior a la actual. "Pero eso puede ser mucho --insiste el investigador--. Debido a las mareas, no es tan fácil que se congele el Támesis. Hace más de un siglo que no pasa".Fagan considera además que la quema de combustibles fósiles es el gran responsable del actual aumento de las temperaturas, pero al mismo se muestra escéptico sobre las posibilidades de detener el proceso.

"Hoy seguimos sin saber cuál fue la causa exacta, pero se cree que tuvo relación con pequeños cambios en el ángulo de inclinación de la Tierra con respecto al Sol"

"Antes se vivía con una dieta casi de verdura y grano, pero las temperaturas gélidas impulsaron el cultivo de especies resistentes que alimentaran el ganado, sustento esencial en el invierno"

"Pero eso puede ser mucho --insiste el investigador--. Debido a las mareas, no es tan fácil que se congele el Támesis. Hace más de un siglo que no pasa"

"Lo que debemos hacer es prepararnos y aprender a vivir con más calor --dice--. El cambio climático es como una enfermedad crónica. Eso sí, tengo miedo de lo que le pueda pasar a nuestros hijos. Y más que el calor, mi gran preocupación son los millones de personas que pueden quedarse sin agua"