TQtuién pudiera, como Borges , dar marcha atrás al tiempo y volver al año 1975 sólo para hablar una hora con aquel niño que fui. Daría cualquier cosa por ver de nuevo a ese muchacho atolondrado y enfermo de sueños y decirle cuatro cosas bien dichas. Mi hijo tiene ahora justo la edad que yo tenía en aquel año. A veces le miro, como buscándome, y le hablo como si me hablara a mí en la distancia, pero, además de insano, es un ejercicio sin sentido, porque nadie escarmienta en cabeza ajena. Si en verdad la madre naturaleza actuara como madre, nos concedería una segunda oportunidad. Pero no la concede. Por el contrario, nos condena a pasar por la vida como cachorros primerizos. Lo único que nos queda es el consuelo de llegar a cierta edad con alguna que otra lección aprendida. Alcanzar los cuarenta con la certeza de que somos carne pasajera, que el miedo a la muerte nos hace débiles, que nadie regresó nunca del más allá, que el futuro de la humanidad pasa por buscar alternativas al capitalismo, que todo lo que separa es dañino, que lo que daña a unos pocos nos daña a todos. Y, no obstante, Manuel Monteiro , Nuncio del Papa en España, parece haber vivido en otro mundo, con otra historia, con otras lecciones aprendidas que le hacen afirmar que "la religión puede servir para unir a la humanidad entera". Sin embargo, yo sólo veo religiones alentando el odio y la segregación. Cierto que en el cristianismo cuajó la democracia, pero los que en verdad llevan siglos luchando por unir a la humanidad son los hombres de espíritu ciudadano, los que anteponen la convivencia a la trascendencia. Ese es el espíritu que importa enseñar en las aulas.