TLtos del gobierno de Colombia han tenido una feliz ocurrencia: regalarán libros a quienes acudan mañana al partido de fútbol entre el Santa Fe y el Millonarios, que es como si dijéramos entre el Madrid y el Barcelona. Me alegro sinceramente, no por quienes reciban los libros, que a saber lo que harán con ellos, sino por los autores; aunque más sinceramente me alegraría si el autor elegido fuera yo. De cuajar la idea podría ser una salida estupenda para el sector editorial, tan alicaído. Y eso que al acto de leer se le ha barnizado con una pátina de prestigio que luego la realidad desmiente: en cuanto sales a la calle la realidad te dice que el mundo no es de los que leen, sino de los que poseen la intuición del dinero. Cómo nos burlábamos en el colegio de aquel tipo brutote que no llegó a terminar ni el Graduado Escolar, y hoy es de los más ricos de España. Ahora, cuando veo a mi hijo horas y horas delante de un libro, me echo a temblar por su futuro. En realidad, sospecho que tanto interés en que leamos esconde la simple intención de mantenernos en casa con las manos ocupadas. Me da que no les importa tanto como dicen la educación de la gente, que, por cierto, nada tiene que ver con la lectura. Sólo que a ver quién es el guapo que les explica que no se trata de adquirir una buena biblioteca, sino una buena educación. Para inculcar a mi hijo el hábito de leer, me basto y me sobro; donde necesito ayuda del gobierno y de los programadores de televisión y de los jueces y de los banqueros es para educarlo en buena ley y hacer de él un hombre decente. Pero me barrunto que a ellos lo que en verdad les interesa es que me gaste el dinero, aunque sea en libros.