Jorge Luis Borges solía regalarle a sus entrevistadores sus opiniones guasonas sobre el tango y especialmente sobre el cantante «francés» --siempre lo precisaba así-- Carlos Gardel, ese hombre llorón y patético con una sonrisa igualita a la de Perón --la peor de las semejanzas-- que le quitó a esa música, según él, la ligereza y la alegría --sí, la alegría-- que sorprendentemente tuvo al parecer el tango en origen. Borges no estaba nada de acuerdo con la apreciación de Sábato según la cual, «el tango es un pensamiento triste que se baila». A él le gustaba mucho más ese otro tango primitivo «valeroso y feliz» que nace de la milonga. Para apreciarlo no hay más que asomarse a las cuatro conferencias sobre el tema que la editorial Lumen acaba de rescatar en un volumen, poniendo fin a una curiosa aventura editorial que trae a las librerías un inédito de Borges --cuando ya no se esperaba nada-- precisamente en el año en el que se conmemoran los 30 de su muerte. La historia de ese descubrimiento inédito merece detalle.

Antes de que se lo disputaran las universidades norteamericanas y francesas, Borges dio muchas conferencias en la Argentina de los años 60 y 70. Hoy muchos de esos textos están perdidos, por desgracia. Pero en 1965, el autor de El Aleph dio unas charlas --palabra que él prefería-- para unos pocos en un departamento del barrio porteño de Constitución. Allí, un aficionado gallego grabó las conferencias, que llegaron al escritor Bernardo Atxaga en el 2002.

La aparición del libro en Argentina coincide con la publicación de una veintena de conferencias que María Kodama ha ido divulgando por el mundo desde que «Borges ingresó en el gran mar», como suele decir la celosa y estricta viuda, quien, sin embargo, ha autorizado que el audio de las conferencias sea accesible a todo el mundo en internet (www.bit.ly/borgestango).

El editor argentino de la obra, Roberto Montes, asegura que «no hacía falta ningún especialista para darse cuenta de que quien habla es Borges, es inconfundible y gracioso, y en particular bastante pícaro. Basta escuchar su voz». H