No sé cuándo llegará el éxito del libro electrónico, solo sé que llegará. No me valen las críticas de quienes como yo adoran el olor de los libros, el ritual de hojearlos en las librerías, las estanterías combadas por el peso de los recuerdos. Tampoco sirve el viejo truco de que saldrá perdiendo la literatura, sobre todo porque nunca importó el soporte, sino tener una buena historia que contar, y un auditorio dispuesto a recibirla. Los defensores del nuevo formato usan tres palabras mágicas: comodidad, espacio y ecología. Afirman que se pueden subrayar párrafos, escribir acotaciones al margen, hacer búsquedas rapidísimas, ajustar el tamaño de letra hasta que ni siquiera necesites gafas. Y es verdad que a veces los volúmenes nos invaden, se despliegan por las casas ocupando lugares que podrían ser diáfanos, y que el equipaje de quienes no podemos viajar sin lectura pesa más que la maleta de un opositor. Pero sobre todo, triunfa el último argumento: sin libros de papel, disminuirá la tala de árboles. O no, pero queda muy bien dicho. No sé cuándo llegará el éxito del libro electrónico, solo sé que llegará, igual que ocurrió con los móviles, que pasaron de ser zapatófonos enormes usados solo por quien los necesitaba, a ocupar nuestra vida. Mientras tanto, por si acaso, huelo despacito las lecturas para este verano, las páginas que llevan esperando ya algún tiempo. Hay libros nuevos mezclados con otros sacados de cajas en recónditos trasteros, y la mezcla de sus olores inundará maletas y piscinas, como anticipo de una calma inenarrable. Sé que triunfará el nuevo soporte, pero también sé que nunca más será lo mismo.