TEtn 1977 ligué con una chica en un baile de gala de La Colina. Salimos a charlar al jardín de la piscina y allí me habló de Herman Hesse y de su obra El lobo estepario , que, según me contó, la había ayudado a conocerse mejor. Yo no había leído a Hesse pero por aquella chica era capaz de todo y acabé tragándome El lobo estepario . Me pareció una insufrible sarta de tópicos para adolescentes desprevenidos. En aquel tiempo, no estaban de moda los libros de autoayuda. Hoy, o los conoces o pasarás por analfabeto funcional. Este verano formaba parte de un tribunal que seleccionaba a profesores de Literatura cuando una aspirante nos recomendó los cuentos de un tal Jorge Bucay porque ayudaban a encarar la vida. Yo no había oído hablar nunca de ese caballero y puse una cara que convenció a la joven de la ignorancia supina de sus examinadores. El caso es que después he leído al tal Bucay y opino lo mismo que opinaba de Hesse y su lobo . La diferencia es que antes, cuatro leían a Hesse, a Gracián, a Russell o a Nietzsche y ahora todo el mundo lee libros para conocerse mejor. Es más, Jorge Bucay dio una charla en Cáceres y consiguió el mayor lleno de la temporada de conferencias. A mí, estos chamanes de la autoayuda me parecen unos listos que manejan con destreza las obviedades, pero está claro que son los triunfadores del ensayo moderno: en 1977, sólo los leían las adolescentes que bailaban en La Colina; hoy, los leen ellas, sus padres y sus abuelos, encantados todos de haber descubierto el camino recto a la felicidad.