TYta han empezado a desfilar las faldillas de la mesa camino de la lavadora, al compás exacto de las mantas y edredones. Parecen ahora las terrazas un muestrario del burrito blanco ¿Se acuerdan?

Los braseros se refugian en el trastero o el altillo (esos territorios ignotos y por explorar que tienen todas las casas). Allí duerme el radiador del baño, trasto inútil empeñado en funcionar justo cuando ya has superado la congelación de las mañanas de invierno.

Abren sus compuertas los armarios, extraños embalses donde la ropa se empeña en encoger sin explicación alguna, salen de algún estante los bañadores, y la ropa de otros siglos que no tiene más de una temporada, y al revés, vestidos de la abuela que puedes ponerte ahora.

Mayo en las últimas, los exámenes a la vuelta de la esquina y el calor señoreando esta breve primavera sobre el campo ya amarillo. Quién no teme la limpieza general del cambio de temporada, el olor a naftalina impregnándolo los buenos propósitos, cabré en esta falda, no volveré a acumular tanto papel, revisaré los cajones cada semana.

El viento que precede a la tormenta ha empezado a agitar la ropa de invierno, la casa parece vacía sin cortinas, la mesa desnuda sin sus faldas, el suelo más limpio sin alfombra.

Antes del estallido de la lluvia, entre los primeros truenos, llega el olor de la tierra mojada, el olor de la infancia. Dentro de la casa un hombre ha empezado a cantar para un niño asustado. Huele a verano. Poco a poco, con las primeras gotas, crece la sensación de que las cosas están en su sitio. Se ha terminado la limpieza general. Definitivamente, todo está en orden.