TTtenemos tan asumidos que somos clientes y no personas, que a nadie parece extrañar que las nuevas batallas teológicas se libren en las vallas publicitarias y no en los púlpitos. He leído todos los comentarios a la campaña de la conferencia episcopal contra el aborto y ninguno hace referencia al soporte. Lo mismo con la campaña de los autobuses, grandes carteles para negar la existencia de Dios en el mismo lugar donde se anuncian los partidos de fútbol o la actriz de sexo en Nueva York. Sé que los tiempos han cambiado y que visto el éxito de público, las iglesias han dejado de ser el mejor sitio para prometer las mieles del cielo o asustar con las llamas del infierno. Además, si solo van los convencidos, para qué gastar saliva. Otra cosa era antes, cuando se mezclaban churras con merinas, conversos y creyentes, obligados y voluntarios. Ahora, cuando una imagen vale más que mil palabras, para qué andar componiendo discursos al uso de la retórica antigua. Ya que hemos hecho cierto lo de tanto tienes tanto vales, la propaganda de la conferencia episcopal o de los ateos busca su sitio al lado de las rebajas del Corte inglés. Qué quieren que les diga, será un signo de los nuevos tiempos, pero a mí me espanta un poco mezclar las creencias con anuncios tipo busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo. Será porque la publicidad siempre es engañosa y nos induce a comprar lo que no necesitamos, o lo que es peor, a necesitar lo que no podemos comprar, como la conciencia tranquila o la paz de espíritu. Cuesta creer que quienes afirman estar en posesión de la verdad absoluta tengan que recurrir a trucos de márquetin.