La figura de Lope Hernández Hernández, fallecido en Cáceres el pasado 28 de julio, hay que inscribirla en el marco de los técnicos administrativistas que, aun a pesar de trabajar en un régimen centralista, fue leal con sus jefes y fiel a la causa a la que sirvió durante toda su vida: la provincia de Cáceres.

Lope --don Lope, como le conocíamos--, licenciado en Derecho, fue técnico de la Diputación Provincial de Cáceres, cuya Oficina de Planificación Económica llevó durante muchos años. No había asunto alguno de la provincia que le fuere desconocido; pero, por encima de su lealtad como funcionario público a sus presidentes, habría que subrayar en él su fidelidad a la provincia.

La lealtad de don Lope a su provincia, a la que se debía, trascendía incluso al silencio oficial al uso o la fidelidad a unos principios que, independientemente de los de la época, no serían inmutables en el tiempo.

Esta crítica respetuosa al procedimiento administrativo, que paralizaba los expedientes eternamente en Madrid, tuvo su culminación durante la visita a Cáceres del último ministro de Obras Públicas de los gobiernos del Generalísimo Franco, Antonio Valdés y González Roldán. Tenía lugar en el salón de actos de la Diputación una sesión de trabajo con políticos y técnicos de la provincia para plantearle al ministro sus necesidades y peticiones. Lope no se cortó un pelo a la hora de hablar. Su exposición de aquella tarde, explicando los entresijos de los procedimientos administrativos y su retraso en los Ministerios, que paralizaba la buena marcha de la acción política, fue aplaudida por todos quienes llenaban el salón, los únicos aplausos quizá que pudieron sonar tras su interpelación al ministro.

No se paraba ahí don Lope: sus críticas constantes a los incumplimientos de la Ley del trasvase Tajo-Segura llenaron páginas documentadas en el Periódico Extremadura y en el semanario Cáceres de los lunes. Y no había en sus escritos otra ideología más que la de la ley, emanada de un Gobierno que la incumplió sistemáticamente.

Don Lope trabajó los domingos por la noche en la redacción del semanario Cáceres, en el que, además de sus habituales artículos despachaba los teletipos y realizaba brillantes disquisiciones sobre la política internacional.

Sirvan estas líneas para reconocer su figura como funcionario, columnista, compañero, amigo y padre ejemplar. Félix Pinero