Emilio de Justo brindó su segundo novillo a quien se ha desvivido por él a lo largo de su carrera. Fue un momento muy emotivo para los que estamos al tanto de la bonhomía del apoderado y del buen corazón del torero. Y es que el toreo, sobre todo, es sensibilidad, y detalles como ese lo engrandecen. Pero ni Emilio ni Luis Alviz merecieron esos dos novillos, un paradigma de lo que es la descarnada mansedumbre. Llegaron ambos a Sevilla cargados de ilusiones pero no pudo ser. Quiera Dios que hoy en Madrid embistan, simplemente embistan, los novillos de Guadaira. Porque el torero está en un gran momento, capaz de confirmar que llega a la alternativa cuajado y con posibilidades de ser alguien en esta difícil profesión.

Mansedumbre total

Contar la novillada de ayer no deja de ser algo complicado. Quién ha visto y quién ve a una ganadería histórica --la de Bucaré es la mitad de la vacada de Joaquín Buendía, los tradicionales santacolomas-- con tan absoluta falta de raza. A decir verdad, si queremos aprender algo de una tarde de toros --y todas se aprende algo--, hay que explicar que lo de ayer es todo un paradigma de lo que es la falta de casta, la mansedumbre total.

Saltaban al ruedo los novillos y parecían bonitos. Eran finos de cabos y hechuras, acapachados, algo muy común a su encaste. Pero ya en el capote no se empleaban, salían sueltos del engaño, distraídos. En el caballo hacían una pelea tonta, o simplemente, no la hacían. Esperaban en banderillas, a veces cortaban el viaje, y apretaban hacia las tablas. En la muleta eran desesperantes, tardeaban, y cuando se arrancaban salían del engaño con la cara alta y no repetían. Parecían bueyes.

Los seis fueron un calco y solo se puede aplaudir la voluntad de los toreros, muy por encima de tres lotes deslucidísimos.

Y, sin embargo, se apreció la madurez de Emilio de Justo. Su buen concepto del toreo a la verónica, echando a sus novillos el capote adelante y llevándolos empapados en el percal. O en la muleta, su buena colocación y la firmeza en los toques, la forma cómo los alegraba con la voz y la limpieza con la que les corría la mano. Lo puso todo el torero pero no pudo ser. E incluso pudo salir mal parado al oír dos avisos ante el sexto porque su banderillero se empeñó en usar la puntilla por delante ante un novillo que, aunque se echó por descastado, estaba entero.

Sergio Serrano y Eugenio Pérez se enfrentaron a sendos lotes cortados por el mismo patrón. Juzgarles, si no se les ve en otra ocasión, no dejaría de ser n acto de pura voluntad.