THtasta que desapareció esta niña, cuyos ojos se han convertido en logotipo de un drama que comenzó siendo privado, y ha terminado por afectar a millones de personas, nunca habíamos vivido una tragedia familiar de una forma tan global. Antes de llamar a la policía, los padres de Maddi pusieron el caso en manos de una televisión, y, a partir de ese momento, un impresionante aparato logístico acompañó al matrimonio McCann y a sus dos hijos pequeños en cada movimiento que hacían.

Gracias a su estrategia con los medios, el término globalización cobró un nuevo significado. Se globalizó el sentimiento de desesperación de unos padres que pasaron de ser unos simples turistas, de vacaciones en Portugal, a la representación mediática del sufrimiento. Se globalizó la búsqueda de la pequeña de ojos singulares, la recaudación de fondos, la angustia sobre su destino, y el interés por las investigaciones policiales. Y se globalizó el estupor ante una acusación que, sea o no cierta, marcará a esta familia para siempre.

Pero lo peor de todo, es que la niña todavía no ha aparecido, ni ella, ni cientos de niños, cuyos padres hubieran deseado globalizar también su dolor, si con ello aumentaran las posibilidades de que les devolvieran a sus hijos.

De momento, sea cual sea el final de este drama, el resultado es el de siempre: en este mundo globalizado, unos disponen de un millón cuatrocientos mil euros para buscar a su hija, y otros tienen que conformarse con ver cómo se olvida su caso, después de haber dejado de ser noticia en las primeras planas de los periódicos.