TLta última vez que jugó el Real Madrid contra el Barcelona yo vi el encuentro en un garito castizo de la calle Atocha, plagado de estampas de toreros y regentado por dos camareros como dos manolos de zarzuela. Conviene a mi historia añadir que el público lo formaban inmigrantes de todas las banderas y españoles de acá y de allá. Que los españoles se enardecieran no me cogió de nuevas, aunque me sorprendió el entusiasmo de los extranjeros, que no habría sido menor si cada uno de ellos tuviera un pariente sobre el terreno de juego. Ahora bien, nada tan alucinante como escuchar el aluvión de insultos que caía sobre los jugadores del Real Madrid cada vez que tocaban la pelota. Allí todo quisqui se servía a su gusto: negros, blancos y amarillos mentaban a la madre de Guti y a los muertos de Raúl en un español clarísimo y urgente. Y no pasó nada de nada. No dirán que no es para maravillarse. Yo al menos quedé muy gratamente sorprendido, porque dudo que en ninguna otra ciudad de España pase algo semejante. No creo que en un bar de Bilbao o de Barcelona o de Badajoz pueda expresarse tan libremente un forastero en asuntos de extrema importancia como es el fútbol sin provocar un altercado. Y sin embargo en Madrid sales impune. Lo cual dice mucho de esta ciudad. Por eso me parece una extravagancia que el grupo socialista pida el cese de Sánchez Dragó por afirmar en una entrevista que "los madrileños son sucios, y los inmigrantes ni te digo". Porque seguramente tiene razón y entre unos y otros hacemos que Madrid sea una de las ciudades más sucias de Europa, pero lo compensa el milagro de poder decirlo en voz alta sin peligro para tu salud ni para tu empleo.