Inmaculada vive en su casa del R-66 con su marido y su hija pequeña. Ayer preparaba tortillas y lasañas sin parar: hoy llega su hija mayor con cuatro amigos de Madrid y media docena de gaditanos a pasar el Womad en su casa.

Sara vive con su hermano en Colón. Este fin de semana vivirá con diez personas más. Pepe tiene un hogar monoparental que ayer recibía a cinco nuevos inquilinos. El Womad estalla y Cáceres se acerca a los 120.000 habitantes.

El lleno total se notaba en el segundo día del festival. Daban las cuatro de la tarde y bajo un sol de justicia, la plaza de San Jorge era tomada por cientos de womeros que bailaban la guaracha, el son, el bolero y el afrocubano al ritmo que marcaban Los Fakires.

Antes de las cinco de la tarde hacían su aparición las bolsas de Tambo y de Maxcoop en la parte antigua y la plaza. Como se esperaba, el Womad acababa con la ley seca y un macrobotellón espeso y eufórico se enseñoreaba de la parte noble de la ciudad.

El Womad volvía a conquistar las calles y la multitud se movía a paso de tortuga entre San Jorge y la plaza Mayor. Varios círculos de curiosos se divertían alrededor de percusionistas espontáneos y de malabaristas del fuego en el espontáneo Off Womad de Santa María.

Al bajar del Arco de la Estrella, la masa womera se encontraba con un pequeño puesto donde jóvenes ácratas vendían folletos de la CNT y magdalenas de la felicidad a 1.5 euros. Todos parecían comerlas porque al llegar a la plaza Mayor, la multitud paseante soltaba su cintura y se dejaba llevar por los blues de la Lusitania Jazz Machine.

MAS PERROS QUE NUNCA

En la plaza había más puestos que nunca, más fotógrafos que nunca, más perros que nunca. Javier Arroyo dedicaba el último tema de su banda a su hija y tras la Lusitania repetían actuación Los Fakires. Comenzó entonces el tiempo de la danza sabrosona y parecía como si Cáceres entera se hubiera comido una gran magdalena de la felicidad y se hubiera vuelto libertaria por tres días.