Chuck Palahniuk dijo a este diario en mayo del 2002 que el único sueño americano es el deseo de ser rico para poder aislarse del mundo. La larga (y alucinante) tradición de artistas voluntariamente reclusos parece apoyar a Palahniuk: Howard Hughes, Elvis Presley, Brian Wilson, Prince y, por supuesto, Michael Jackson en su rancho Neverland, en California.

Neverland. El País de Nunca Jamás del niño que no quería crecer Peter Pan. Jackson bautizó así la finca que convirtió en un parque de atracciones en el que no falta de nada.

Neverland fue su apacible mundo paralelo. A nadie le parecía raro que invitara a chicos de los orfelinatos de la zona. El mundo paralelo (y secreto) de Jacko estalló en pedazos en agosto de 1993. Evan Chandler, padre de un fan de Jackson, pidió 20 millones de dólares al ídolo por no revelar que había abusado sexualmente de su vástago Jordy, de 13 años. Jackson hizo caso omiso de la extorsión.

LA PRENSA Lo siguiente que supo fue que la policía había entrado en Neverland en busca de pruebas y que la prensa volvía a prestarle atención. Jackson pasó en un plis plas de marciano tolerado a monstruo monstruoso. Neverland pasó de mansión fantástica a casa de los horrores. Jackson entregó una fortuna a Chandler y el caso se quedó sin víctima y no llegó a los tribunales.

Desde entonces, sus intentos de acercarse a la normalidad no han hecho sino terminar de dibujar al perfecto freak multimillonario. Resultado: dos bodas, una estéril con Lisa Marie Presley y otra con Debbie Rowe, que le dio dos hijos. El año pasado Jackson presentó a su nuevo retoño desde un balcón de un hotel berlinés.

Existe una siniestra rima entre el prodigioso artista infantil y el mutante remodelado según un canon estético paralelo y hundido por gustarle Peter Pan. La justicia dirá si le gusta demasiado, pero la ceremonia de derrocamiento del ídolo, segunda parte, ya ha empezado.