El toro es un misterio. Ciertamente, uno tenía muy poca confianza en esta ganadería que, un año sí y otro también, es asidua a la isidrada madrileña. Proceden de la vacada que el salmantino afincado en Bótoa, Lisardo Sánchez, fundó hará medio siglo. Son toros de bonitas hechuras, bien armados pero bajitos, que han dado tardes de gloria al toreo, aunque, en este momento, los lisardos de Nicolás Fraile no están en su mejor momento. Y ayer lo acreditaron cumplidamente en el ruedo venteño. De los cinco que se lidiaron y sin ser un dechado de raza y bravura, sólo se salvaron los dos que entraron en el lote de Serafín Marín: uno que hizo segundo, manso pero que seguía bien la muleta por abajo, y el quinto, que aunque a menos, resultó manejable también.

El sobrero

Con estos astados, remendado su lote con un sobrero, Miguel Angel Perera muy poco pudo hacer. Su primero no se empleó jamás y no lo hizo ya en el capote de salida, pues además cantó su mansedumbre en el caballo y se defendió descaradamente en banderillas. A la muleta llegó sin entrega, sin ritmo, tremendamente deslucido, pues además perdió varias veces las manos. Muy protestado por el público, el torero pronto tuvo que renunciar e irse a por la espada.

Le devolvieron por blando el que hacía sexto y salió el sobrero, que, por ser de otra ganadería, suscitó esperanzas. Pero estas pronto se desvanecieron porque era un toro también reservón, que iba con desgana y, entre sus medios viajes, medía al torero. Valiente estuvo Miguel Angel con él sin poder remontar un ambiente cada vez más descorazonador.

Sebastián Castella cortó una oreja en premio a su pundonor. Malo de solemnidad fue el que abrió la corrida pero el cuarto, también a la defensiva, tuvo transmisión. Con él, el diestro francés se sobrepuso y con el valor como aditamento preciado, se metió en el terreno del toro. Estaba Sebastián en su salsa, esa que tanto gusta a quienes conciben el toreo como algo heroico. Se iba al pitón contrario para así encelar al manso, y, en medio de una intensa emoción, con aguante y decisión, pudo sacarle pases de gran mérito. Y es que Castella es un torero en extremo valiente, aunque a uno echa de menos más regusto ante tanto dramatismo.

Serafín Marín no tuvo su tarde. Se le fue su primero, manso pero que iba y venía sin molestar. Se prodigaron los enganchones, no remataba el torero los muletazos y su faena aconteció entre la general indiferencia. Y muy vulgar fue su quehacer ante el quinto, que tenía más que lo que le sacó el torero.