Marina Castaño se ha pillado un rebote de mil demonios por las confesiones de Gaspar Sánchez Salas, secretario del fallecido escritor Camilo José Cela, quien, en un libro de próxima aparición, cuenta algún detalle de la vida cotidiana del matrimonio Nobel. Nada del otro mundo, por otra parte, pues ya me contarás qué tiene de escandaloso que una esposa deje al marido tranquilo en casa, mientras ella se va con sus amigas de compras, o de cotilleo. Sánchez Salas no hace más que reflejar la vida de un matrimonio totalmente normal.

No se entiende la razón por la que Marina se lo ha tomado a mal, a menos que ella sepa las verdaderas razones por las que se pasaba el día de reunión social en reunión social, mientras Camilo, que en los últimos años ya no tenía el cuerpo para ruidos, prefería las pantuflas, el sillón y el café con leche y magdalenas a media tarde.

Marina está muy ofendida con la actitud de su empleado Sánchez Salas, a quien ha calificado de "traidor". Debía estar contenta pues, en materia de deslealtades, la señora marquesa (como le gustaba que la llamara el servicio) puede compararse con la aristocracia y la realeza tipo Carlos de Inglaterra o la difunta Diana, a quienes también les han salido unos empleados cotillas.

Lo malo de Marina Castaño es que no soporta que la gente le tenga manía, es más no entiende el porqué. Eso le hace estar tensa y no disfrutar de los muchos bienes que le ha dado la vida. Tiene una casa en Puerta de Hierro, una colección de coronitas de marquesa para colocarse como broche en las solapas del traje chaqueta y hasta van a publicarle su segunda novela. Que no se queje.