Nunca había llorado tanto, dice John García Mejía. Ahí se quedó, primero en el andén, sentado, y luego, tras ser desalojado por los Mossos, en una acera cerca de la estación, aterrorizado. "Durante cuarenta minutos no pude pronunciar palabra, solo miraba al vacío. Lo que he visto no lo olvidaré jamás. Y tanta gente joven...".

John, colombiano como muchos de los viajeros del fatídico tren de Cercanías, había intentado cruzar por las vías, como mucha gente, más de un centenar. "Hubo confusión, porque chavales que querían cruzar por la pasarela volvían hacia abajo. Estaba cerrada. Entonces, la gente decidió cruzar por las vías. Y no había ningún vigilante que lo impidiera", dijo.

Los viajeros iban cargados con neveras portátiles, bolsas pesadas, mochilas y botellas, para pasar la verbena en la cercanísima playa, fiesta que siguió toda la noche, con miles de personas ajenas a la tragedia. Una vez en las vías, costaba subirse al andén, por el gran desnivel. "Justo cuando me subí al andén pasó el tren. Si el chico de delante hubiese tardado un poco más en subirse, yo ya no estaría aquí. Este debe de ser el destino", dijo John.

Un destino que, justo detrás de él, se llevó a 12 personas, casi todos muy jóvenes. Como casi nadie, John no vio venir el tren. Ni lo oyó: "El silbato solo se escuchó cuando ya estaba pasando por la estación". "Se escucharon golpes, volaban los cuerpos y se levantaban muchas piedras por el impacto. Luego, he visto de todo, una pierna, un cráneo vigilado por un mosso...", relata.

Se desató la histeria, el estupor, la desesperación. Gritos desgarradores de chicas: "¡Mi amigo!". El amigo que acababan de ver desaparecer ante sus ojos, el amigo que les había dado el empujoncito para subir al andén y al que ellas le habían estrechado la mano para ayudarle.

Quini, un joven de 19 años, vio desaparecer a Diego y Eduardo, dos de los amigos de su cuadrilla. "Como no solemos venir no sabíamos que la pasarela estaba cerrada y que había un paso subterráneo", recordó, acusando a Renfe de lo ocurrido.

Atrapados

Una de las chicas del grupo se salvó en el último segundo. "Oí los gritos de que venía el tren. Entonces empujé a mi novio hacia adelante y yo salté detrás", comentó la joven, mostrando un moratón en su pantorrilla por el impacto de trozos de botellas que llevaban los jóvenes y estallaron al paso del tren. Los que venían detrás se quedaron atrapados viendo con horror cómo el tren se les echaba encima y no tenían tiempo de llegar al andén a salvar su vida.

Ayer, estos chicos se resistían a ponerse en lo peor. "Quiero creer que de repente voy a ver aparecer a Diego y a Eduardo; que vendrán y me preguntarán: ¿Tíos, pero dónde os habíais metido?"