Casi medio millón de extremeños en el filo de la pobreza. Dicho así parece algo baladí, al alcance de cualquiera, pero qué va, llegar a esas cifras requiere tesón. El mérito no es solo del gobierno actual, seamos justos. La cosa viene de lejos. Pero admitámosles, a unos y a otros, estar hechos de una pasta especial. De una pasta defectuosa que nos sale por una pasta gansa. Solo eso explica el que en una tierra donde todo está por hacer nadie encuentre el modo de hacerlo ni equivocándose. A lo más que llegan tras sus reuniones y sus congresos es al corto y pego: es decir, corto presupuestos y pego bandazos.

Y si quitamos los ojos de los políticos y los posamos sobre nuestros empresarios estrellas, tan listos y notables durante los años de bonanza y subvenciones, mucho peor. Un par de años de crisis los ha dejado desnudos frente al espejo de la realidad. Y resulta que no eran tan listos ni tan notables. Son, eso sí, los más rápidos entregando la cuchara en momentos de zozobra. Lástima que no sean igual de rápidos devolviendo el dinero de las subvenciones.

A principios del siglo XX el filósofo John Dewey encontró dos modos de encarar una crisis. Vamos a suponer, dijo el tipo, que una persona siente la imperiosa necesidad de comunicarse con sus amigos pero les separa una distancia insalvable. Una manera de afrontar el asunto pasa por fantasear con el reencuentro; la otra, por estudiar los recursos e inventar el teléfono. Pocos confían ya en que nuestros dignatarios sean de los que reinventen el teléfono. Nos bastaría con que se dieran cuenta de que sus recortes y su marcha atrás están obligando a largarse a los pocos que sí podrían. Medio millón de extremeños están a la última pregunta. Demasiadas preguntas para ninguna respuesta.