Tal como se están poniendo las memorias, un día de estos María Ostiz nos sorprende revelando que en realidad es atea, desmontando de esa manera la imagen de señora del Opus que se ganó en sus tiempos de cantante litúrgica. Porque está bueno el patio, cada día aparece una nueva vieja gloria contando la verdad del barquero, no se sabe si con fines expiatorios o con el fin de volver al candelero.

Lo menos sorprendente es lo de María Jiménez. Quien más quien menos conocía las conflictivas relaciones de amor y odio que la mantenían unida a Pepe Sancho y eso que la racial cantante se calla los primeros dramas familiares cuando aún vivía su hija Rocío, muerta en accidente en plena adolescencia.

Sorpresa sí han causado las memorias de Marisa Medina, sobre todo entre los que se habían quedado colgados de su rubia melena sin saber que ella andaba colgada en otras redes. Ahora le toca el turno a María Luisa Merlo, que confiesa haber encontrado el camino en una secta denominada Movimiento del Sendero Interno del Alma que, con ese nombre, francamente da más miedo que alivio.

La última en airear sus recuerdos ha sido la italiana Lucía Bosé, entre los que figuran los que compartió con el torero Luis Miguel Dominguín. Uno de los capítulos más suculentos es el retrato que hace de su exyerno, el actor José Coronado, cuyo emparejamiento con Paola Dominguín, la menor de sus tres hijos, fue, al parecer, una jugada maestra. Además de un hijo, Coronado logró entrar en un clan (el Bosé-Dominguín es mucho clan) que le abrió unas puertas que, por sí mismo, le habría costado más abrir.