Es el último grito en fiestas infantiles. Beautiful party. Cumpleaños en el spa. «Llevan a las niñas y les pintan las uñas, se ponen tacones, las maquillan y desfilan por una pasarela. ¡Las están desnaturalizando!», censura Nuria Solsona, doctora en Ciencias de la Educación. Leemos una promoción: «Nuestras princesas podrán disfrutar de una sesión de maquillaje fantasía, manicura, pedicura... Spa con un desfile donde las mamás y papás podrán ver a sus hijas de princesas». La idealización de la belleza, potenciada a edades cada vez más tempranas. «La autoestima de las crías, por los suelos, y crecen la anorexia y el sexismo», alerta Solsona. Así es difícil avanzar en una sociedad que, por otro lado, intenta revertir en frentes como la literatura infantil los estereotipos tradicionales. Es el cuento de nunca acabar.

¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? es el título del relato escrito por Raquel Díaz Reguera. Carlota, la protagonista del cuento, reivindica que las niñas pueden vestirse del color que más les guste y viajar, ser astronautas o mecánicas. «Lo escribí para mi hija, cuando me decía que quería ser una princesa rosa. Estaba obsesionada con estar guapa, maquillarse... Me preocupaba mucho», explica Díaz Reguera, que insistía a la pequeña en que otros mundos son posibles: «¿Por qué no vas tú a cazar dragones en vez de esperar a un príncipe?».

«Los cuentos han hecho mucho daño y fomentado el machismo», prosigue la escritora y letrista, que remarca el «retroceso» en la lucha por la igualdad. «Pese a algunos intentos de la literatura de llevar los cuentos por otros derroteros, se lee menos y en las redes, anuncios y películas sigue vigente la base de Disney, la mujer florero». Las redes son hoy las que educan. «Y ahí están las pequeñas pidiendo maquillajes y cremas para los Reyes».

El ocio, los medios y las jugueterías impulsan unos clichés que, concreta la autora sevillana, «están minando la autoestima de crías de 7 años, cuando empiezan con el prototipo de tías buenas, de mujer-objeto, en las redes sociales. A veces asoman heroínas pero siempre macizas». Los modelos corporales no cambian. Figuras superestilizadas. A ver dónde vemos los michelines.

Desde el mundo editorial se está intentando abrir el abanico y evitar la perpetuación de esos estereotipos clásicos, conviene Verónica Fajardo, editora del área infantil y juvenil en Ediciones B. «Cuando elijo las obras valoro que los roles aparezcan invertidos, como en Max y los superhéroes y La princesa rebelde».

«¡Ay, cuánto daño ha hecho Disney!», confirma Fajardo. «La mayoría de sus princesas ni siquiera iban a buscar al príncipe azul; esperaban a que este viniera y, mientras, limpiaban la casa y soñaban con él». La editora anima a conocer lo que siguió al «vivieron felices y comieron perdices» en la serie de libros Ever After High. «Después te sigue tocando limpiar la casa y, además, recoger los calcetines que el príncipe deja tirados al lado de la cama».

El psicólogo y escritor Sheldon Cashdan, autor de La bruja debe morir, defiende que «no hay que echarle toda la culpa a Disney», estudio que ha incorporado en las recientes Frozen y Moana «dominantes figuras femeninas en roles centrales». «Peor es que la publicidad insista en que el lugar de la mujer es la casa, con las lavadoras y productos de limpieza». A su juicio, aunque a las más pequeñas aún les influye la fantasía de ser rescatadas, «en las jovencitas pesan más mujeres fuertes como la princesa Leia, la Hermine de Harry Potter o Lara Croft». «Quizá si viéramos en la vida real esos modelos patrullando las calles la violencia contra las mujeres se reduciría», sostiene.

Maquinaria ideológica

Para la escritora Bel Olid, la ficción «es una gran maquinaria ideológica, no hay libros inocentes y gran parte de la literatura infantil se limita a reforzar los estereotipos». «Es la más superficial y la que cuenta con más medios publicitarios», asegura. «Si prohíbes a los niños ser princesas y obligas a las niñas a serlo, es comprensible que la gran mayoría acepte el rol», zanja.

El payaso Patatu fue concebido por Àngels Bassas con el deseo de que se identificaran con él todos por igual. «Hablo de las cosas que nos unen, de características comunes, no de lo que nos diferencia», explica la escritora y actriz, que enfatiza la relevancia de los cuentos para «estimular la imaginación y abstracción de los niños, y liberar sus inquietudes y miedos». Para Bassas, el amor romántico con el que crecieron varias generaciones de féminas rodeada de barbies, kents y princesas en todos los frentes -literatura, series, películas...- ha desembocado en «la crisis del amor». «Hay una obsesión terrible por encontrar el amor en las mujeres de 40 y 50 años». La maquinaria no se detiene. «El otro día vi con mi hija una película devastadora, Qué les pasa a los hombres, que reincide en que la felicidad está en casarse», aporta Díaz Reguera. «Yo, que llevo ya siete años sin tener pareja, debo ser superrarita».