La retirada de la excomunión a Richard Williamson, el obispo ultratradicionalista que niega el Holocausto y sostiene que los judíos quieren dominar el mundo y preparan la llegada del Anticristo, se ha convertido en el mayor incidente diplomático de los cuatro años de papado de Benedicto XVI, una llaga tan grave y tan profunda que cada día supura por un costado distinto. Primero sublevó al mundo judío, y después, al católico progresista, pero ahora, pese a la condena del Pontífice al Holocausto, la herida se ha desplazado a dos relevantes ámbitos de dentro y fuera del Vaticano. El frente interno está representado por diversos cardenales: ahora sí, a cara descubierta, una parte de la jerarquía eclesiástica se atreve a criticar a Ratzinger. El externo es Alemania, país natal del Pontífice. En ninguna otra parte la hoguera encendida por el Papa quema tanto como allí. Hasta la cancillera, Angela Merkel, ha hecho oír su voz crítica.

"Tiene que quedar definitivamente claro por parte del Vaticano que no se permite el negacionismo", dijo ayer Merkel. En su opinión, hasta el momento, y pese a las palabras del Papa --quien la semana pasada se vio forzado a renovar su "plena solidaridad" con el pueblo judío--, no ha habido una "clarificación suficiente" por parte de la Santa Sede. Sin embargo, la protesta de la cancillera, hija de un párroco protestante, solo es la respuesta más visible de la indignación del pueblo alemán. Una reacción gubernamental extraña pero casi exigida en el país, donde la rehabilitación de Williamson y los otros tres obispos lefebvrianos, excomulgados en 1988 tras no acatar el concilio Vaticano II, lleva días ocupando portadas.

A Ratzinger se le conoce como el "Papa alemán". El Holocausto que niega Williamson es el gran pecado de Alemania, y su negación, un delito. Por sí solas, las declaraciones del obispo ultraconservador --"creo que no existieron las cámaras de gas", dijo--, hechas en noviembre pero emitidas hace un par de semanas por la televisión sueca, ya habrían causado un considerable revuelo. Sin embargo, al venir acompañadas de la retirada de su excomunión, han provocado también, reconoció el obispo de Osnabrück, Franz-Josef Bode, un "gran descontento" entre la comunidad católica. Un descontento que se refleja en las críticas de los últimos días por nada menos que 50 teólogos teutones.

O, ya dentro del recinto de la Santa Sede, en las declaraciones del cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, encargado de las relaciones con los judíos y compatriota de Ratzinger. Durante una entrevista con la versión alemana de Radio Vaticano, Kasper hizo algo de lo más insólito: criticar a Ratzinger. "No hubo suficiente diálogo en el Vaticano, no se tuvo en cuenta que podían surgir problemas", sostuvo el cardenal. Sus palabras, en otros ámbitos, pueden sonar suaves, pero no en el romano. La decisión de poner fin a las excomuniones, y acabar así con el cisma lefebvriano, fue tomada por el Pontífice sin apenas consultas, y Kasper pareció usar los micrófonos para ventilar su frustración.

FALLOS DE GESTION "Me hubiese gustado ver mucha más comunicación antes de que se tomase la medida --continuó--. Es obvio que explicar algo mucho después de que haya ocurrido siempre es más difícil que hacerlo cuando ocurre. Estoy siguiendo este debate con una gran preocupación. Nadie puede sentirse satisfecho con los malentendidos que ha habido. Ha habido fallos de gestión por parte de la curia. Eso es algo que quiero dejar muy claro".

Y con las cosas así de claras, es difícil que se cumpla la pretensión del secretario de Estado del Vaticano.