Tras volver de vacaciones, un trabajador medio, de una empresa media, enciende su ordenador y encuentra --o encontrará, si se incorpora el lunes-- entre 800 y 1.100 mensajes de correo electrónico no solicitados, ese tipo de envíos llamados spam, lo más parecido a una plaga que existe en la sociedad de la información y un fenómeno cuyo combate, hasta el momento perdido, se ha comparado a tratar de parar la lluvia interceptando cada gota antes de que toque el suelo. Mensajes que exhortan a enviar dinero a necesitadas viudas de dictadores africanos, a alargarse el pene, a operarse los pechos, a comprar Viagra, a invertir en negocios de dudosa legalidad o a financiar lejanos proyectos de cooperación.

El trabajador, entonces, procede a eliminar los mensajes basura de su cuenta de correo. La tarea puede durar entre 10 y 90 minutos y, lo más peligroso, el empleado, mientras se enfrenta a esta avalancha de spam, puede equivocarse y borrar accidentalmente un correo legítimo, importante para su empresa. Consecuencias: unas pérdidas económicas para la compañía que oscilan entre 150 y 900 euros por trabajador.

ES NEGOCIO Las cuentas las ha hecho Carlos Ticó, director general de Serena Mail, una empresa de seguridad informática que lleva luchando contra el correo basura desde 1997. Ticó, por tanto, ha visto como este fenómeno se hacía cada año más y más grande. En el 2001, el spam --expresión que procede de una conocida marca de carne enlatada-- representaba el 5% del tráfico en internet; en el 2004, ya era el 70%, un porcentaje que se ha elevado este año al 80%, como mínimo, lo que viene a suponer cerca de 100.000 millones de mensajes no solicitados circulando cada día por las arterias de internet. ¿Por qué tanto spam, tanto correo masivo, anónimo y, la mayor parte de las veces, fraudulento? "Porque es un buen negocio", contesta Ticó.

Se calcula que hay que mandar un millón de e-mails basura para obtener 15 respuestas. Algunos pensarán que esta es una pésima proporción, pero no lo es. Si se quiere enviar correo basura a la antigua usanza, a través del servicio de Correos, hay que pagar por ello. Cuantas más cartas se manden, mayor será la factura. El spam, en cambio, funciona de manera inversa. No cuesta nada enviar un millón de correos electrónicos, y el receptor casi siempre invierte más tiempo en ellos --y, claro, también dinero-- que el emisor. Hubo un momento, sin embargo, en el que las más altas autoridades informáticas proclamaron el fin de la era del correo basura.

El correo basura está fuera de control y ahora hay toda una industria dedicada a ello, auténticos supermercados del spam.