Eran un "saco de piel infestada de piojos, pulgas y chinches", el miedo era su "alimento habitual", vieron cómo miles "se iban en forma de humo blanco" tras ser enviados al crematorio, vivieron "un infierno en la tierra" entre fosas comunes, ejecuciones y torturas. Sin embargo, "la esperanza de que la guerra acabase persistía" y "existía el amor". De ello dio fe el dibujante, poeta y escritor polaco Joseph Bau, uno de los 1.200 judíos que Oskar Schindler salvó de los campos nazis, en El pintor de Cracovia (Ediciones B) (1982), las memorias del Holocausto que inspiraron a Steven Spielberg su oscarizada La lista de Schindler (1993).

Bau (Cracovia, 1920 - TelAviv, 2002), que fue bautizado como el Walt Disney israelí por sus películas animadas de los 60 y 70, era el número 69.084 y pesaba 30 kilos cuando los rusos le liberaron en 1945, tras seis años de cautividad. "Creía en los milagros", relatan hoy sus hijas Hadassah y Tzlila, conscientes de que, gracias a ellos, su padre pudo sobrevivir, al igual que su madre, Rebecca Tennenbaum, a la que él conoció en el campo polaco de concentración de Plaszow.

Bau usó sus dotes para el dibujo para falsificar documentos que salvaron a muchos presos a la vez que trazaba mapas y planos para los nazis y rotulaba con letras góticas archivos y carteles con lemas como ¡El judío es nuestro enemigo!

Según sus hijas, Bau llevaba sus utensilios de trabajo en una maletita de doble fondo con su nombre. Ahí ocultó fotos familiares, sus dibujos y un librito donde escribía poemas y pintaba. Le quitaron la maletita al ser enviado a la fábrica en la que Schindler protegió a sus obreros pero este la recuperó y gracias a ello, hoy, aquellos poemas y dibujos en blanco y negro acompañan sus recuerdos en El pintor de Cracovia , un libro que Bau decidió escribir para frenar las voces que negaban el Holocausto. Sus hijas transmiten ahora el mensaje de sus padres, quienes a pesar de sufrir pesadillas durante el resto de sus vidas optaron, al contrario que muchos supervivientes, por contar su historia, que ellas "mamaron desde la primera gota de leche".

Una pareja fuerte

La de Joseph y Rebecca fue una historia de amor. El la besó por primera vez tras una letrina y cambió cuatro barras de pan por una cuchara de plata y cuatro más para que le hicieran dos anillos. Spielberg inmortalizó su ´mini boda´ clandestina en un barracón, sin "rabino, música ni invitados". Tras la guerra él la buscó y se casaron en 1946.

Rebecca logró un puesto en la lista de Schindler, pero en lugar de su nombre escribió el de su marido. El no lo supo hasta que ella lo reveló a raíz del filme. Rebecca hacía la manicura al comandante de Plaszow, Amon Goeth, "un monstruo gordo de 150 kilos y 1,90 alto, depravado y cruel" que para divertirse era capaz de matar "a un niño con diarrea tras obligarlo a comer sus excrementos". Llevada a Auschwitz, sorteó hasta tres veces la selección de Josef Mengele para los hornos. Murió en 1997.

Bau vio cómo su padre era asesinado en el campo, perdió a su hermano menor en el gueto, y su madre fue uno de los 10.000 presos que tras la liberación fallecieron de empacho por el exceso de comida aliada. Pese a tanta muerte, Bau siempre destiló humor, esperanza y optimismo, notas de un carácter que reflejó en su obra. En ella usó la ironía para conducir a las "damas y caballeros" en una visita turística por el campo; enseñar el "centro cultural y comercial", las letrinas, donde "se decidían asuntos importantes" y se cerraban tratos para cambiar pan por cigarros, y contar que "la caza de parásitos" era la única forma de "diversión nocturna permitida por las autoridades".

También describió cómo "una larga fila de sombras rayadas" empujaba carretillas, con cuerpos desnudos de cabezas ensangrentadas que daban "botes sobre la rueda chirriante". Sabía que los milagros fueron privilegio de unos pocos.