Crisis de algo presume uno como extremeño es del Teatro Romano de Mérida. Se lo decía el miércoles a una alemana antes del comienzo del Miles Gloriosus : ahí como lo ve, le decía, este teatro lleva dos mil años entre nosotros. Y va la muy alemana y me dice: pues ya han tenido tiempo ustedes de ponerle unos asientos cómodos, leñe, que en estas piedras cuando no se le inquieta a una el culo, se le duermen las nalgas, y así no hay quien goce con el espectáculo. Ahí va, pensé yo, y sólo lleva sentada quince minutos. Pero, señora ¿qué esperaba, sillones cheislonge? España va bien, pero no tanto. Por aquí aún se respetan las cosas manuales, y nos funciona. Aquí las elecciones las gana un Zapatero y el Alpe d´Huez un Sastre . Y es que los alemanes serán todo lo germanos que usted quiera, pero la sociedad del confort me los están amariconando, las cosas como son. El caso es que empezó el espectáculo y yo no hacía más que acordarme de las nalgas de la alemana. Como la obra sea de las que yo me sé, ésta no me aguanta ni dos sandwiches mixtos. Pero pasaban los minutos y la alemana ni se inmutaba. Por el contrario la miraba reirse y aplaudir. Disfrutaba de lo lindo, olvidada por completo de las piedras y de su culo. Es lo que tiene el teatro cuando está hecho con mimo y talento, que te endurece las carnes y te eleva a una dimensión donde todo se justifica. Y Pepe Viyuela y Pepe Sancho y todo el equipo que dirige Juan José Afonso nos llevaron en volandas al mundo de Plauto en una noche mágica. Mucho del encanto se debe sin duda a la magnífica versión que del texto ha hecho Juan Copete , que salió a saludar. También es extremeño, le dije gozoso a la alemana. Y ella, que iba a lo suyo: pues está muy bien para tener dos mil años. Extranjeros, ya se sabe.