Entre angustia, esperanza y escepticismo, el millón de tabasqueños afectados por el desbordamiento de los ríos y las grandes inundaciones vio ayer que las aguas frenaban su crecida por primera vez en una semana e incluso empezaban a bajar ligeramente de nivel. Unos 70.000 damnificados se hacinaban en los albergues, otros miles iniciaron un éxodo masivo hacia los vecinos estados de Veracruz y Chiapas, muchos esperaban aún ser rescatados o se negaban a abandonar casas y azoteas por temor al pillaje, y más de 100.000 deambulaban por las calles anegadas de la capital, Villahermosa, en busca de agua potable y alimentos. El Gobierno de Tabasco definió la situación como una "auténtica crisis social".

De la docena de ríos que se desbordaron en ese estado a consecuencia de los mayores aguaceros del último siglo, siete seguían fueran de cauce, pero seis de ellos empezaron a menguar de caudal. Solo el río Grijalba siguió creciendo, porque la presa chiapaneca de Peñitas estaba ya a su máxima capacidad.

El gobernador tabasqueño, Andrés Granier, reiteró que no existe peligro de que el pantano pueda reventar, si bien reconoció que muchas familias decidieron abandonar el estado ante el temor de que la presa se rompa y "desaparezca Tabasco".

HIDROELECTRICA El gobernador denunció ante el presidente, Felipe Calderón, que el manejo de la hidroeléctrica Peñitas "contribuyó enormemente a la desgracia". Granier pidió cerrar la época de "obras aisladas o inconclusas" y abordar "de una vez por todas" un plan hidráulico integral para la región. Calderón le contestó que "la causa de la catástrofe está en la alteración climática", pero se comprometió a emprender ese plan hidráulico. Tocado con gorra de cinco estrellas como comandante supremo, el presidente descargó esta vez cajas de ayuda --que se acumulaba a toneladas-- y ordenó a los militares castigar "a quienes incurran en pillaje o lucro".

Numerosas familias que tuvieron que abandonar sus casas denunciaron pillajes. Los supermercados y tiendas habían agotado la mercancía. Lo poco repartido en los albergues y en la residencia del gobernador, "no quita el hambre", decían quienes pudieron acercarse para recibir jugo y galletas.

Los párkings de los ahora cerrados centros comerciales se convirtieron en albergues, al tiempo que las autoridades preparaban varias instalaciones deportivas y la plaza de toros para recibir a más damnificados. A la falta de agua potable y la escasez de comida, se unían otras angustias, agravadas porque, como en muchas zonas el teléfono fijo, el móvil dejó también de funcionar. Aislados entre calles y carreteras anegadas, Villahermosa y sus sufridos habitantes quedaron también incomunicados.