Un penetrante olor, comparable en intensidad y hediondez al de un huevo podrido, se introduce en el interior del coche a través del sistema de ventilación a medida que el vehículo avanza por la carretera entre Volokolamsk y Moscú, a la altura de la población de Yádrovo, a unos 110 kilómetros de la gran ciudad.

En las cunetas, de forma inexplicable y atrapados entre los matorrales y las ramas de los árboles, se acumulan botellas, papeles, plásticos y basuras diversas de origen imposible de verificar. Es constante el trasiego de camiones, rebosantes de carga y en su mayoría escoltados por vehículos de la DPS, el cuerpo policial dependiente de Interior y encargado de garantizar la seguridad en las vías de transporte de Rusia. A uno y otro lado, en entradas de viviendas unifamiliares de dos pisos que en su día fueron hospedajes para turistas de fin de semana, surgen carteles en ruso: «Prodam dom i busines» (se vende casa y negocio)

PROBLEMAS DE SALUD / «El origen de tanta anomalía en esta región boscosa de tintes bucólicos en la periferia se halla tras una barrera levadiza, fuertemente protegida por un intimidatorio dispositivo policial. Se trata de una descomunal montaña de desperdicios, de color marrón y de 30 metros de altura. Según los lugareños, la instalación recibe anualmente 3,3 millones de metros cúbicos de basuras originadas lejos de aquí, en la gran megalópolis rusa. Su descarga, que se ha intensificado en los últimos meses, ha acabado por impregnar de gases como el metano y el sulfuro de hidrógeno la otrora límpida atmósfera de Volokolamsk.

«Mira, mira», se indigna Ekaterina Kaltsova mientras muestra unas intensas marcas de color rojo en el antebrazo. «El médico me ha diagnosticado alergia», protesta. El suyo es uno de la infinidad de problemas de salud que se han identificado en esta población de 40.000 habitantes que vive de la agricultura.

Por la noche, mientras verifica que las ventanas de su casa están cerradas a cal y canto porque el gas se intensifica en las horas de oscuridad, comprueba inquieta cómo el ritmo cardiaco y respiratorio de su marido durante el sueño se ha acelerado anómalamente, pese a hallarse en la situación de máximo reposo. A principios de febrero, decenas de niños tuvieron que ser hospitalizados con síntomas como náuseas, mareos, vómitos, hemorragias nasales y desmayos, en un jornada en la que el aire venía especialmente cargado.

Desde entonces, la movilización contra el vertedero de Yádrovo ha tomado el cariz de una insurrección ciudadana: manifestaciones exigiendo el cierre, pegatinas en donde aparecían camiones descargando detritos y exigiendo una «atmósfera limpia» han sido adheridas en la mayoría de coches, al tiempo que piquetes de afectados han montado guardia en la entrada del vertedero para llevar la contabilidad de las cantidades de basura descargadas.

La sensación de desamparo ha empujado a Nadezhda Kaskievich, una ucraniana de 44 años, a integrarse en la patrulla civil que en esta fría mañana de mediados de abril computa las entradas y salidas de vehículos en el vertedero de Yábrovo, bajo la conminatoria mirada de los agentes policiales. «No tengo ningún lugar adonde ir», se lamenta. Aunque así lo quisiera, ni Nadezhda ni el resto de los vecinos pueden abandonar Volokolamsk, ya que sus propiedades ha perdido todo su valor y nadie las compraría.

Nina Shamsieva ha visto caer enferma, víctima de problemas respiratorios, a su hija de 16 años, una paciente que los doctores despacharon «con un diagnóstico de bronquitis». Los afectados denuncian que los médicos oficiales rehúsan entregar a los pacientes los resultados de las diferentes pruebas, y crece la sospecha entre ellos de que intentan ocultar la magnitud del problema, presionados por las autoridades. De confirmarse, sería un comportamiento que recuerda a lo sucedido con los liquidadores que participaron en la extinción del fuego en el reactor número cuatro de la central de Chernóbil en 1986, a quienes durante años se les ocultó la información sobre la dosis de radiación a las que habían sido expuestos.

Algunas voces son favorables a la imposición de medidas contundentes por parte del Gobierno ruso. «Nos gustaría que las autoridades declarasen en Volokolamsk zona catastrófica, pero eso no va a suceder; les obligaría evacuar a 40.000 personas y darnos casas y trabajos; y eso es muy caro», argumenta Maksim Chepkánov, uno de los líderes de la protesta ciudadana.