Cincuenta y dos profesores visitantes se encuentran actualmente en Nueva York. El pasado viernes algunos de ellos organizaron una salida nocturna. Escuchándoles, es fácil hacer una radiografía de su aventura: la llegada, como a cualquier nueva ciudad, es dura; la adaptación al sistema educativo y a la cultura de otros profesores y alumnos, también; el trabajo tiene muchos más componentes burocráticos porque las escuelas funcionan como empresas, pero también se beneficia de la gran organización. Ante todo, la experiencia es --y son muchos los que usan la palabra-- "enriquecedora".

Desde que llegaron en agosto a Nueva York, estos profesores se han puesto las pilas. Primero, acudiendo a una feria de trabajo donde buscaron los colegios que más les interesaban --y donde muchos comprobaron el respeto e interés que hay en EEUU por un profesorado español competente y entusiasta--. Luego, adaptándose a un sistema burocrático, inflexible y rígido en el que, como explica Lucía García, que era funcionaria en España y aterrizó en aulas de Brooklyn, "la libertad de cátedra no existe".

Luego, lidian con lo que lidian muchos profesores del mundo: niños y adolescentes. En la mayoría de los casos, son hispanos y, como han aprendido a decir para evitar acusaciones de racismo, "afroamericanos". Pero, al fin y al cabo, niños y adolescentes, aunque, eso sí, estadounidenses: está vetado el contacto físico y hay que estar muy alerta, porque casi cualquier cosa se puede traducir en denuncia de abuso.