TAt mí me gusta aliñar las ensaladas con el vinagre de vino de pitarra que hace mi tía Matilde en Ceclavín o con un vinagre recio y rico de esos que producen en Almendralejo, pero reconozco que así impresiono poco. Hoy lo que se lleva es el vinagre balsámico de Módena y hay que fastidiarse, más que nada porque lo que te venden por auténtico aceto balsámico de Módena no es más que un vulgar vinagre de vino con especias y tono caramelizado y para sucedáneos, ya digo, prefiero los tradicionales vinos oxidados de Almendralejo.

No hay manera de luchar contra la moda y la tontería. Vas en el autobús, una señora explica el secreto de su sopa fría, de pronto se pone estupenda, engola la voz, nasaliza los sonidos y deja claro que su gazpacho lleva vinagre balsámico de Módena, alargando mucho la o y elevando el tono para que se enteren desde el conductor hasta los gamberretes de los últimos asientos.

El auténtico aceto balsámico de Módena o de Reggio Emilia es carísimo, se hace únicamente a partir de la uva blanca Trebbiano y debe envejecer un mínimo de 12 años. Pero los sucedáneos se han implantado de tal manera que o usas vinagre balsámico o tu prestigio social sufrirá grave menoscabo. Hoy, lo elegante no es echarle un chorro de vinagre de Almendralejo a la lechuga, sino perfumar la ensaladita con un toque de balsámico. Fíjense en la diferencia: el de Almendralejo se echa a chorros, el de Módena perfuma a toques. Vamos, como si en vez de acidular la lechuga, la acicalaras con esencia de Dior.