TEtsta semana la grabación del programa de campo La Besana me ha regalado dos momentos inolvidables. El primero fue en Castuera. Mientras nos peleábamos con los equipos subidos en un cerro, Manolo , presentador del programa y experto en la Guerra Civil, nos señalaba desde lo alto el lugar en el que estuvo enclavado el campo de concentración. Desde arriba podíamos ver las marcas de lo que fueron los barracones, el foso y el lugar en el que se alzaba la cruz junto a la que se oficiaba misa. Cuando terminamos de grabar bajamos hasta allí y paseamos por la zona. Damián nos contó los testimonios de los supervivientes a los que entrevistó para un reportaje. Y yo hice memoria y recordé a mi abuelo, preso en un campo de concentración en Aragón. El pudo salir de allí, pero jamás quiso contarnos lo que vivió aquellos años. También me acordé de Garzón , inmerso ahora en la tarea de conseguir que el Estado realice a instancias de la Audiencia Nacional lo que hasta ahora no ha hecho por diversas cuestiones, como es elaborar un censo de desaparecidos durante el franquismo. El segundo momento fue el miércoles, en Puebla de Alcocer. Grabamos en una fábrica de harina que se mantiene intacta desde principios del siglo XX. Cuando crucé la puerta sentí que estaba en otra época. Todo parecía impregnado de magia, las paredes, las máquinas, el olor, hasta la forma en la que la luz entraba por las ventanas. Tarde o temprano la fábrica desaparecerá y sólo nos quedará la memoria para buscar respuestas a un tiempo. Deberíamos hacer inventarios y censos más a menudo. Puede que Garzón no contribuya a abrir archivos cerrados ya para la justicia, pero creo que lo que está haciendo servirá para ampliar los archivos de la Historia. Porque conocernos ayer es la mejor forma de entendernos mañana.