Hace varias noches, mientras preparaba la cena, capté, ya iniciado, el largo sermón de Enrique de Diego en contra de la dictadura castrista en su programa radiofónico ´A fondo´. Empleo con malicia el sustantivo sermón y el adjetivo posesivo su , en cursivas, no porque discrepe de las opiniones del periodista sobre Fidel Castro (cualquier dictadura me parece reprobable y la del eterno barbudo no iba serlo menos), sino de la fórmula empleada. Eran las once menos cinco de la noche cuando empecé a cocinar el pescado y a las once y media, lavados ya los platos, de Diego proseguía su monólogo. Pensé que estaba solo en el estudio, pero no: a partir de ese momento sus invitados cubanos se atrevieron a decir alguna palabra suelta sobre la situación política de su país. Las intervenciones de estos eran muy breves, pues el director del programa les cortaba a los pocos segundos para intervenir nuevamente.

De Diego utiliza el mismo sistema que la selección española de fútbol: mientras los galácticos se afanan en mantener el máximo tiempo posible el control del balón, el periodista hace otro tanto con la palabra. Según entiendo la radio, y por extensión el periodismo, un espacio de información no puede consistir en un monólogo interminable de su director, vicio que recuerda, paradójicamente en este caso, los insufribles discursos de Fidel Castro.

La actitud de Enrique de Diego es un espejo hiperbólico de lo que se ha convertido el análisis político en muchos programas radiofónicos: un sutil monólogo del director del programa en el que los contertulios -contratados y por tantos pagados por él- le bailan el agua.