PLAZA: Dos tercios de entrada en tarde nublada.

TOROS: Seis de Santiago Domecq, nobles y bondadosos, justos de fuerzas, tuvieron poco fondo y duración en las faenas de muleta. El mejor fue el segundo, bueno por el pitón derecho.

TOREROS: Rivera Ordóñez, silencio y dos orejas. Morante de la Puebla, oreja y oreja. Julián López ´El Juli´, oreja y oreja. Los tres salieron a hombros por la puerta grande.

Generoso el público segedano al que un presidente con criterio supo calmar los ánimos, pues de no haber sido así, el resultado hubiera sido más abultado del que ya fue. Y, lo que son las cosas, si hubo una faena merecedora de dos orejas en cualquier plaza del mundo, fue la que realizó Morante al segundo toro del encierro. Pero posiblemente la tardanza del animal al morir, hizo que se disiparan las ganas de pedir los trofeos.

A la corrida de Santiago Domecq le faltó fondo y duración en líneas generales. Le sobró nobleza y bondad, pero adoleció de una falta de raza y pujanza preocupante. Eso sí, no molestaron y se dejaron manejar, algo que se puede considerar virtud pero, sin todo lo demás, de poco sirve. El toro más completo fue el segundo que le tocó a un inspirado Morante. Está en racha, enrabietado y con ansias de torear como sólo él sabe hacerlo. Cuajó a ese animal por el pitón derecho, el mejor, y la faena bajó de tono las dos veces que intentó coger la izquierda. Fueron cuatro series en redondo con muletazos largos, hondos y especialmente lentos, muy lentos. Todo ligado, sin dar tiempo a saborear el anterior y así compuso una secuencia de toreo de arte, bellísimo, en el que toro y torero formaron imágenes de extraordinaria plasticidad. En el quinto hizo un personal quite por chicuelinas y salió de nuevo dispuesto a todo, pero el de Domecq no repetía, Morante atacaba sin respuesta y se diluyó la ilusión.

El que abrió plaza fue un ejemplar excesivamente blando, con el que Rivera porfió sin obtener lucimiento. Pero en el cuarto se vió la mejor imagen de un torero que está en uno de sus mejores momentos. Justito de todo, el de Santiago Domecq, fue mimado por Rivera Ordóñez. Lo llevó con pulso, sin obligarle, muy templado y así consiguió torearlo despacio y con profundidad en una faena de muy alta nota.

El Juli tuvo un lote en el que había que solventar la sosería de las embestidas. Se paró pronto el tercero y Julián optó por meterse entre los pitones. Estuvo valiente y entregado, logrando convencer al público. El sexto, que tuvo más alegría en el capote y en banderillas, llegó a la muleta con pocas ganas de seguirla. Se quedaba corto y de nuevo se vió a un Juli sobrado de casta, en una labor más que meritoria.