Morante de la Puebla y José María Manzanares, que cortaron una oreja cada uno a un desigual encierro de Daniel Ruiz en Sevilla, pusieron el acento artístico al Domingo de Resurrección. Se lidiaron toros desiguales y con diferentes matices en su juego.

Morante, silencio y oreja. José María Manzanares, silencio y oreja. Miguel Angel Perera, algunas palmas y silencio.

Morante y Manzanares se llevaron el gato al agua e interpretaron el arte de torear desde dos personalidades, desde dos conceptos tan bellos como distintos que dieron contenido a una tarde que, en otras circunstancias, con un ambiente más lanzado y cálido, habría sido de triunfo apoteósico.

El caso es que las cosas no marchaban. Las escasas fuerzas del encierro ya habían provocado la devolución del primero y habían dado al traste con la faena de apuntes de Morante. Tampoco llegó a entenderse del todo Manzanares con las complicaciones del segundo y Perera, pese a su gran esfuerzo, se estrelló con las dificultades de un tercero que fue solo genio. Desgraciadamente, tampoco halló un colaborador idóneo en el sexto, complicado y mirón con el que volvió a apretar el acelerador a tope.