TNto sé en qué momento de estos días me han venido recuerdos de hace más de treinta años. Vivía Franco , íbamos por los pueblos recitando con la justa intención de decir lo que, por obvio, no podía decirse. Y la poesía que hacía por aquellas fechas era urgente y de trinchera. Bueno, más bien la que leía. Yo pensaba que no era momento de andar con excesivas florituras, porque la situación era bastante tenebrosa y corría el riesgo de que el lirismo oscureciera el mensaje. Y así anduve tres o cuatro veranos, sin carro subvencionado ni gaitas, dando la matraca y, a veces, jugándome algo más que el estilo literario. Aquello murió intubado y, con aquello, se acabaron las prisas literarias.

Y no cuento esto ahora a beneficio de botafumeiro, que el incienso me empalaga a tal manera que ni cuando la palme quiero olerlo. Lo hago por el repente sentido, cuando empecé a escribir esta columna semanal, de una excitación similar a la de aquella época. Quizás porque, queriendo enfocarla mayoritariamente a lo que de actual tenga la vida, en alguna ocasión transforme la noticia en carne de guerrilla y anteponga la contundencia a la ironía, la claridad al ringorrango. Quizás porque, después de tanto intento de silencio por parte de los actuales y aventajados émulos de la edad oscura, prefiera la estampida al pastoreo.

Y todo ello a cuento de que si, en ocasiones, mi imagen de poeta, si es que la hubiere, tornárase nublada ante el lector por alguna expresión que pudiera parecer fuera de tono, francamente me importa un rábano. (jabuizaunex.es )