TMtenos yo, y usted que me está leyendo, el resto del mundo ha envejecido que es una barbaridad. Aún hay ratos en que puede uno fingir que sigue siendo aquél, pero es un fingimiento difícil, sobre todo cuando ves a esas muchachas que hace cuatro días te quitaban el sentido convertidas hoy en señoras en cuyas carnes no se pone nunca el sol. Porque si esto les ha pasado a ellas, que eran divinas, imagine cómo se nos ha quedado el cuerpo al resto. Y la culpa es toda del tiempo, que lo muda todo. Muda los cuerpos privados lo mismo que muda los cargos públicos. Hoy estás hecha una reina y mañana un zorrón. Hoy eres ministro de algo y mañana te ves aspirando a una alcaldía. No es justo. Cómo extrañarse pues si el señor ministro de Justicia gasta cuarenta millones que no son suyos en arreglar un piso que tampoco lo es, pero del que espera disfrutar una temporada. Ahora que puede, se aprovecha. La vida es breve y en el arte de vivir por cuenta ajena no hay tiempo que perder. Ya es bastante que la Justicia sea ciega para que además pase por tonta y la lleven a vivir a un piso de segunda mano y con humedades en el recibidor. Excusemos que los altos cargos tengan viviendas por todo lo alto. Lo que no tiene excusa es arrojar la basura de las reformas sobre el inquilino anterior. Por lo demás, los ministros van y vienen, y, quién sabe, mañana un hijo de usted pudiera ocupar ese piso reformado. Si nos ponemos a contar, cuarenta millones en quince años en un Madrid, qué son. Un pellizco del presupuesto de un año de la Casa Real. Sólo que en ese tema nadie dice esta casa es mía. Y le aseguro que en esa casa jamás pondrá un pie uno de sus hijos, o muchas mudanzas tendría que traer el tiempo.