TLtos hay que no hablan por el hecho de que jamás han oído cómo se pronuncia una palabra. Sordos que nunca se durmieron con una nana, que nunca cantaron el cumpleaños feliz, ni escucharon el alboroto de los niños a la salida de un colegio, o se deleitaron con las campanas de la iglesia cuando repican a misa de doce.

Otros, aunque escuchan, no pueden articular sus propias palabras. Son muchos los problemas que pueden aquejar a las cuerdas vocales hasta ese extremo, y supongo que a todos ellos habría que añadirles el de la frustración al no poder reproducir el sonido de un "te quiero", de una queja, o de unas gracias después de que alguien les haya calmado la sed.

Los mudos.

Pero cuando pienso en los que no pueden hablar, no sólo pienso en ellos, pienso también en los hemipléjicos, en los extranjeros que no entienden una sola palabra del país en el que viven, en los enfermos de laringe, incluso en los tímidos o en los que no encuentran palabras que se ajusten a lo que expresarían con el pensamiento. Y siempre me planteo la misma cuestión. Dicen que todos los caminos conducen a Roma, yo creo que lo hacen porque todos los caminantes son capaces de hacerse entender. Y en todos los caminos pueden encontrarse esas manos extendidas capaces de convertirse en una mirada, un beso, un sí, o un adelante. Mudos, sordos, extranjeros, enfermos, tímidos. Al fin y al cabo, no hay lengua que no se adapte al lenguaje de los sentimientos. Ni brazo que no sirva para apoyarse, ni hombro que no necesite una mano. Ni mano que no sea necesaria. Ni boca que no pueda enmudecer.