Para los italianos era el feo. Para los franceses, el monstruo sagrado. En España, a finales de los 60, le arrebató el título de hombre más sexy al más sexy de los toreros de entonces, El Cordobés, y en 1972 la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood le reconoció como la estrella más taquillera fuera de Estados Unidos. Era otra época y en ella Charles Bronson, uno de los rostros más duros del cine, curtido en títulos como Los siete magníficos y Doce del patíbulo . El sábado, el actor, afectado desde hace años por el Alzheimer, murió de una neumonía en Los Angeles. Tenía 81 años.

Hollywood le lloraba ayer, pero Bronson nunca fue uno de sus favoritos, al menos para los críticos convertidos en guardianes de la moral. La saga de cinco entregas que inició a mediados de los 70 con El justiciero de la ciudad , la película en la que el protagonista, a raíz del asesinato de su mujer y la violación de su hija, iniciaba una cruenta venganza, le convirtió en el centro de duras críticas al considerar que legitimaba la violencia sin sentido.

Bronson siempre defendió la dureza de sus personajes. Le gustaba hacer películas sobre la fortaleza, y no sobre la debilidad.

En la vida real, muchos aseguraban que su carácter era muy distinto al que mostraba en su trabajo. La dureza sin duda la aprendió en su propia vida. Nacido en 1921, Bronson era el undécimo de 15 hijos en una familia sin recursos. Perdió a su padre cuando tenía sólo 10 años. Fue llamado al Ejército. Después de la guerra trabajó como cocinero, como recogedor cebollas y alquilando hamacas en la playa, hasta que decidió estudiar arte. Tras construir decorados se apuntó a una escuela de teatro y empezó su carrera como actor.