Han reparado alguna vez en cuál es el criterio para que una muerte violenta sea anónima o no? Durante mucho tiempo pensé en que la diferencia estaba en la relevancia social del muerto. Eso hacía que supiéramos los nombres y apellidos de los concejales asesinados en el País Vasco e ignorásemos el apodo de los que morían intentando saltar en Ceuta un muro como el de Berlín. Después pensé que era la cantidad la que hacía diluir los nombres y así se explicaba que a partir de la centena por año se optara por numerar o dejar sin mención. "Esta es la víctima 58 de violencia de género" -- dicen los titulares de los periódicos. Pero la casuística no acaba aquí porque hay ocasiones en las que interesa hacer visibles a los muertos para que así parezcan más criminales sus asesinos (¡como si hiciera falta!). Será por eso que dos inmigrantes, de los que jamás hubiéramos sabido nada de ellos si se hubieran electrocutado en Melilla, pasen a tener familia y biografía cuando los sepulta una bomba criminal en la T-4. En ocasiones encontramos un muerto con nombre entre miles de desconocidos, como ocurre en el Iraq de 2003, donde conseguimos saber que murió un cámara de televisión de apellido gallego y algunos hubieran preferido ocultarlo. Podríamos pensar entonces que los periodistas, por eso del corporativismo, sacan la cara por sus compañeros allá donde estén, pero te descoloca ver que los dieciséis periodistas que murieron en la sede de la televisión pública serbia el 23 de abril de 1999 no tuvieron nunca ni un triste reportaje. ¿No será que, en ocasiones, hacemos invisibles a las víctimas para no destapar a criminales de renombre y traje caro? No sé. http://javierfigueiredo.blogspot.com