El estigma de su delación en el comité de actividades antiamericanas (la conocida persecución de comunistas en Estados Unidos) brilló en la vida de Elia Kazan (muerto a los 94 años en la madrugada del domingo al lunes) con fulgor inusitado. Aún así, su carrera como director vivió al margen de este hecho histórico ocurrido en 1952. De él podría decirse, como de cada creador, que no importa su vida sino su obra. Izquierdista confeso, se había labrado una sólida reputación en los años 40 dirigiendo filmes contra el antisemitismo (La barrera invisible ) o el racismo (Pinky ) y sobre todo la adaptación de la obra de Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo ), ya en 1951.

Se lanzó la teoría de que La ley del silencio era una justificación de la delación, algo que siempre negó. El desprecio de parte de su gremio no minó su equilibrio emocional para rodar películas tan hermosas como Al este del Edén (1955) o Esplendor en la hierba .

Su ambición como cineasta la puso en América, América (1963), que rememoraba su propio viaje de exiliado turco. A partir de ahí, puede decirse que se agotó. Ni El compromiso , ni Los visitantes ni El último magnate revelan la fuerza intelectual y emocional de su cine.