Raquel Caballero, de 34 años, casada y vecina de Barcelona, sale disparada por las mañanas hacia la frutería donde la conocen y en la que ha pactado que, de necesitarlo, la dejarán entrar en el lavabo. Compra veloz, regresa a casa, orina y repite la operación con la pescadería, el horno y el banco en los que ha negociado la misma condición: les será fiel si puede hacer uso del servicio cuando su vejiga se lo exija. Raquel sufre cistitis intersticial, una enfermedad clasificada como rara que obliga a orinar, con dolor y ardor, hasta 150 veces al día, y que no solo le impide trabajar sino que ha limitado su existencia hasta cotas que podrían deprimirla seriamente si no tuviera un carácter tenaz.