TNtadie baja a bañarse a la Cibeles en honor a Almodóvar , por más que la revista Variety asegure que España ama a los genios individuales como Picasso o el médico de House. Mucho tendría que cambiar el mundo para que la gente salga a la calle a festejar algo que importe. Y al mundo no lo cambia un puñado de artistas geniales. La genialidad es sólo un defecto en los ojos del alma con el que ver mundos invisibles y quedarse a vivir dentro. Aunque sean mundos esperpénticos. Como el del estudiante al que preguntaron que quién edificó la Alhambra y contestó que los de la ONCE, porque había leído en alguna parte que es una construcción palaciega. Si este muchacho se queda a vivir en ese mundo se hace compadre de Groucho Marx . Los genios nos fascinan como rarezas, por lo que tienen de monstruos de feria. Y, sin embargo, su genialidad nos concede mundos paralelos donde escondernos de este otro que nos aburre o nos abruma. Es como si la realidad nos diera vértigo. Así, nos ponen a la vista un mundo prefabricado, aunque sea por un loco genial, y corremos como corderos a guarecernos en él. Si uno entra en la esfera de una religión o de un partido político o de una corriente literaria, se moverá bajo la fuerza gravitatoria de ese mundo de ficción y los demás le parecerán pesados y absurdos. Ya no habla por su boca ni siente con su corazón, sino que se hace heterónimo del genio ajeno. Sólo así se explica el espectáculo del Congreso y de los foros religiosos y literarios. Una vez dentro, hay que acatar las reglas aunque sea con calzador. Ellos lo llaman disciplina. Otros, enajenación o fanatismo. Imposible el entendimiento: habitan mundos distintos.