Las murgas, los disfraces y las máscaras característicos del Carnaval, fiestas que este fin de semana dan comienzo en muchas localidades españolas, representan la invasión de los espacios urbanos del lado oscuro y salvaje del hombre. Así lo señala Manuel Mandianes, antropólogo del Consejo Superior de Investigaciones Sociológicas (CSIC), que considera que nadie conoce el origen histórico de los carnavales, aunque se mencione como antecedente a las saturnales romanas, porque su origen prístino "se confunde con los ritos funerarios en honor a los antepasados celebrados en los albores de la humanidad".

Mandianes señala que en Carnaval los muertos visitan el espacio de los vivos, a diferencia de lo que ocurre durante Todos los Santos, donde son los vivos los que se internan en el mundo de los muertos. "Todo enmascarado es un antepasado que vuelve", añade el experto, y sólo los que han traspasado los límites de la existencia humana disfrutan de plena libertad, manifestada durante el Carnaval en una falta de normas y horarios, permisividad sexual o para adentrarse en casa ajena, desenfreno de instintos y sentimientos, y "donde uno puede burlarse de lo divino y de lo humano".

Ejemplo de esta libertad de palabra son las chirigotas de Cádiz, aunque los concursos de murgas y comparsas se extienden también por muchas otras localidades, desde Ceuta, Melilla o Badajoz -que cuenta con el primer museo del Carnaval de España-, hasta Santoña, en Cantabria, donde además celebran un "Juicio en el fondo del mar", en el que un besugo enamorado es acusado del rapto de una sirena. En otros lugares, como Avilés (Asturias) realizan el "Descenso de Galiana", una calle por la que bajan estrafalarios coches que se deslizan por espuma, en Madrid se desarrolla un baile de máscaras en el Circulo de Bellas Artes, y en Miguelturra (Ciudad Real) la fiesta ha salido a las calles incluso contraviniendo las normas de la época franquista.

Mandianes señala que la libertad y el "desmadre" que representa el carnaval nunca ha sido del agrado de ningún gobernante, y considera que las máscaras también representan el lado salvaje del hombre, que se adentra desde la Naturaleza al interior de los espacios urbanos o habitados. Esto queda bien representado por los toros conducidos a caballo desde el campo hasta Ciudad Rodrigo (Salamanca) durante el carnaval, o la entrada en las aldeas y pueblos del norte de España de personajes disfrazados de osos u otros animales, como los "momotxorros" de Alsasua (Navarra), con camisas manchadas de sangre, pieles y enormes cuernos sobre la cabeza.

El antropólogo cree que existe una relación entre el resurgir durante los últimos años de muchos carnavales, que representan la aspiración del hombre hacia lo natural, y el auge de los grupos ecologistas en defensa de la naturaleza. Otros de los elementos esenciales de las fiestas carnavalescas son los desfiles, tan espectaculares como los de Santa Cruz de Tenerife, pero también populares como los que se realizan en poblaciones como Logroño o Vilanova i la Geltrú (Barcelona), donde en "Les Comparses" las asociaciones realizan batallas de caramelos. En Águilas (Murcia) se desarrolla una guerra dialéctica y con huevos de confeti entre los miles de integrantes de los dos bandos enfrentados: Doña Cuaresma y Don Carnal, el orden y el caos.

Este "caos organizado", como Mandianes define al Carnaval, implica una falta de normas aparentes porque en realidad cada personaje juega su papel. Dentro de los carnavales rurales son muy representativos los del denominado "triángulo mágico" de Orense, formado por las localidades de Xinzo de Limia, Laza y Verín, con sus características personajes y máscaras, denominados respectivamente "pantallas","peliqueiros" y "cigarróns". Esta fiesta finaliza justo antes de la Cuaresma con el entierro de la sardina, u otros elementos como "la Morca", una morcilla gigante que simboliza el carnaval de Villar del Arzobispo (Valencia).

Los peleles o personajes de paja que presiden el Carnaval en muchas localidades, como "Marquitos" en Zalduondo (Álava), Cornelio Zorrilla en Bielsa (Huesca), o el decrépito zapatero Bernat Figuerola en Alaior (Menorca), tras leer sus testamentos son finalmente ajusticiados o quemados en la hoguera. "Vuelven al espacio salvaje del que proceden", concluye Mandianes, para que de este "caos organizado" resurja un nuevo orden social.