Juan Castaño, fontanero jubilado de 62 años, ha convertido una antigua casa del barrio medieval de Alburquerque, una vivienda utilizada en su día por los franciscanos (de ahí el nombre de Casa del Cordón), en un auténtico museo de identidad, un museo etnográfico compuesto por más de 5.000 "cacharros y trastos viejos" (como él denomina), ordenados temáticamente a lo largo de 17 habitaciones.

Durante toda una vida dedicada a juntar objetos antiguos, sobre todo en los últimos 20 años, ha reunido una colección de aperos de labranza y otros objetos que ha ido recopilando y comprando, dominando la colección enseres domésticos y del campo de los años 30, 40 y 50 del pasado siglo.

De entre todos los objetos que posee, existen algunos relevantes como es el caso del dormitorio del insigne escultor local, Aurelio Cabrera.

Juan Castaño asegura que a la gente que entra en este singular museo le gusta todo en general, especialmente a las personas que viven en ciudades y nunca han visto los utensilios expuestos, o a los más mayores que recuerdan como sus abuelos usaban algunas de las cosas que contemplan.

El museo está abierto todo el año pero fue durante la celebración del Festival Medieval de Alburquerque cuando recibe un mayor número de visitantes, que se introducen en un mundo ya perdido de recipientes de corcho, muebles, herraduras, balas de cañones, albarcas, auténticas alpargatas de esparto de la posguerra y sandalias de goma que usaban los niños, útiles de matanza, aperos del campo, un rincón dedicado a los trabajos artesanales de zapatería, utensilios de los antiguos sacamuelas, rudimentarios instrumentos musicales, receptores de radio, discos de cartón...

Algunos objetos llaman la atención, como un arado árabe, flotadores realizados en corcho, zurrones para meter la pólvora, tenazas empleadas hace dos siglos para extraer piezas dentales, el viejo callejero de pizarra de las calles del barrio medieval, una silla de inválido de finales del siglo XIX, un gigantesco mortero de madera empleado en la matanza y otro mortero que los boticarios llenaban de hierbas para machacarlas y sacar medicinas, las escaleras de hierro que bajaban al aljibe del castillo o algunos útiles de cocina empleados en cortometraje El Emblema , del extremeño Antonio Gil Aparicio, entre otros.

El coleccionismo atesorado por un humilde pensionista con el fin, "de que no se pierda este rico patrimonio que forma parte de nuestro pasado, difuminándose todo por la mano de algunos anticuarios", es el leit motiv de Juan Castaño, alburquerqueño que lamenta la falta de ayudas institucionales para conservar toda la riqueza etnográfica que alberga su casa-museo, todos estos objetos auténticos, sin imitación alguna.