TCtualquiera que siga con detenimiento las polémicas suscitadas en España y Portugal a cuenta del cierre de la maternidad de Elvas llegará a la conclusión de que no hay frontera más peligrosa que la que se forma en la mente de quienes todo lo ven cuadriculado. Desde hace algunos meses algunos portugueses se han echado las manos a la cabeza ante la posibilidad de que el lugar de nacimiento de sus hijos se desplace 14 kilómetros hacia oriente. A este lado de la raya no es menor el número de alarmistas que creen que nuestros hospitales se van a llenar de unos extranjeros que hablan una lengua extraña y que acabarán por mermar la calidad del servicio. De nada nos vale que la bandera azul de estrellas doradas ondee en cada edificio público si a la primera de cambio nos enrollamos en la enseña nacional y anunciamos el fin de la patria o la quiebra del sistema público sanitario porque 200 bebés alentejanos nazcan en Badajoz. No cabe duda de que el descenso de la natalidad permitiría de forma holgada atender el posible cierre de la maternidad elvense: supondría menos de un alumbramiento diario y donde nacen ocho podrían nacer nueve. Pero lo más triste de todo este asunto es escuchar argumentos que destilan más xenofobia que preocupación por la atención sanitaria: ¿No será que somos muy europeos a la hora de recibir y demasiado nacionalistas a la hora de dar? Nacer en la raya no debería haber sido nunca un problema para echarse los agravios a la cara sino un lujo gratuito para quien tenga la mente abierta y sea capaz de disfrutar de un espacio con dos culturas, dos lenguas y dos Historias diferentes. http://javierfigueiredo.blogspot.com/