TDtecía André Malraux , en alusión a Balzac , que cuanto más largas son las descripciones menos ve el lector. Estoy de acuerdo. Aun reconociendo que no se entiende la genial pluma de Balzac sin su elocuencia, me decanto por un lenguaje económico donde descripciones, reflexiones y acciones transiten sin un gasto innecesario de tinta. El exceso verbal en la comunicación --y la literatura es esencialmente comunicación-- llega a ser como esos árboles gigantescos que impiden ver el bosque.

Pero para encontrar narradores prolijos no hace falta salir de la vida real . El ciudadano medio quiere narrar, narrar y narrar, explicarse al mundo como un libro abierto. O, por citar cierto programa radiofónico, lo que quiere es Hablar por hablar .

Mi rechazo al transporte público es en parte rechazo al narrador compulsivo que tan a menudo viene incluido en el precio del billete. Si el viaje es corto, por ejemplo en metro o en autobús urbano --donde apenas da tiempo a conversar sobre el clima--, el problema es llevadero y a veces incluso edificante. El asunto se complica en esos largos viajes en autobús con aforo completo en los que el azar te coloca por vecino de asiento a un narrador compulsivo con el tesón narrativo del mismísimo Dostoievski .

Pero si medimos un viaje por la calidad de su conversación, el peor de todos es aquel que se hace con el cónyuge o con un amigo de toda la vida, en el que las circunstancias obligan a los interlocutores a compartir por enésima vez episodios y reflexiones sobradamente conocidos, y donde no queda más esperanza que la de sufrir algún contratiempo que poder contar luego con todo detalle.