Con una puntualidad y una precisión extremas, la sonda estadounidense Lcross y su cohete propulsor se estrellaron ayer contra el cráter Cabeus, cerca del polo sur de la Luna, y el impacto formó un géiser de materiales cuyo análisis aportará datos científicos de gran relevancia. Sin embargo, los millones de aficionados que siguieron en directo el previsible espectáculo se quedaron con las ganas. El penacho vertical fue menor de lo esperado. Exito. Hemos recibido confirmación térmica de que se ha producido el doble impacto", dijo escuetamente, poco después de concluir la misión, el centro de control en el Laboratorio Ames de la NASA. "Ha sido un trabajo impecable. Los instrumentos funcionaron como estaba previsto", añadió.

Luego, el jefe científico de la misión, Anthony Colaprete, insistió con seguridad: "Tenemos los datos necesarios para poder responder a la cuestión que nos habíamos planteado en esta misión --si hay agua en la Luna-- pero primero tenemos que analizarlos".

La caída del cohete Centaur (2.000 kilos) a las 13.31, hora española, levantó una columna de polvo que se elevó sobre la cima del cráter Cabeus. Las previsiones de la NASA indicaban que el impacto a 2,5 kilómetros por segundo iba a formar una nube de hasta 10 kilómetros de altura. Cuatro minutos después, la Lcross (700 kilos) cruzó la estela del anterior impacto, analizó los materiales y luego también se estrelló.

Según explicó Colaprete, las cámaras de infrarrojos de la sonda vieron el destello de calor ocasionado por el primer choque, mientras que los espectrógrafos detectaron sodio. Como mínimo. También el orbitador lunar LRO tomó interesantes datos, avanzó la NASA. "Los científicos todavía no han tenido la oportunidad de examinar a fondo el espectro de signos de agua, pero vamos a trabajar febrilmente", dijo ayer por la tarde el líder de la misión. Según los científicos, si efectivamente había agua en el cráter, tuvo que salir disparada hacia espacio por el doble impacto y el consiguiente aumento de la temperatura.

En cualquier caso, fue una cierta decepción. No lo vieron los noctámbulos americanos que, animados por la propia NASA, habían salido con sus telescopios caseros a contemplar el espectáculo en directo. Y tampoco lo vieron los restantes habitantes del planeta que, con el Sol iluminando el día, optaron por seguir la retransmisión a través de la web oficial de la NASA y otros portales de astronomía. Según las primeras informaciones, tampoco detectaron nada ni el telescopio de Monte Palomar (California) ni el MMT (Arizona), que habían sido programados para rastrear el impacto.

Quizá las expectativas eran muchos: se formó realmente un penacho de polvo, como confirmó enseguida el análisis en infrarrojos, pero en el espectro visible no hubo nada. La única emoción fue comprobar cómo las imágenes enviadas mostraban una resolución cada vez mayor de la superficie lunar a medida que la sonda se acercaba al cráter. Cuando la pantalla ennegreció fue el fin de la misión.