El actor Nicolas Cage, la mejor cara de palo del cine mundial, despegó ayer de Barcelona después de cuatro días de parranda en la ciudad con su primo Roman Coppola, director y guionista, y un amigo, el actor Crispin Glober.

El padrino del clan, Francis Ford Coppola, aconsejó a su hijo Roman y a su sobrino --Nicolas Cage es hijo de August Coppola-- un tour por Barcelona después de su grata y alumbrada estancia en octubre del año pasado. Y cuando el capo hace una sugerencia, no hay más elección que obedecerla.

Acompañados por el restaurador Joan Manubens, los primos Coppola fueron en busca de licores para saciar su sed a Vila Viniteca. El padrino Coppola ya se había aprovisionado en esta tienda en octubre. El gusto del tío y el de los sobrinos es muy distinto. El jefe cargó vinos nobles y voluptuosos (con cuerpo) y los sobrinos, absenta y orujo Porta do Miño (Terras Gauda). Cage es de tragos duros y estremecedores.

Otra recomendación del capo ha resultado ser tan empalagosa como imposible. Coppola es un fan del Pedro Ximénez, vino dulce y espeso. Nicolas y Roman desayunaron el noble alquitrán con latas de berberechos y almejas. Las otras bebidas que les sirvieron son cabales: un blanco de Abel Mendonza (Rioja) y los tintos Aalto 2000 y Hacienda Monasterio 1999 (Ribera del Duero).

El lunes y el martes, los primos y Glober asentaron el estómago con angulas y gambas y otros seres con bigote. El martes por la noche, a la salida de un restaurante, los guardaespaldas se abrieron paso a paraguazos bajo la lluvia de flases de los paparazzis .

El objetivo del viaje de los Coppola era dar movimiento a la tripa, aunque también tomaron un aperitivo cultural en Figueres con la visita al Museo Dalí. Por lo demás, se comportaron en Barcelona con la rutina del millonario: se alojaron en el hotel Arts y aparcaron el jet privado en El Prat.