TMte he preguntado muchas veces de qué está hecha una persona que maltrata a su hijo, de qué material aislante se recubren el corazón esos padres para obligar a una niña a tragarse sus propios vómitos, o para ingresarla en el hospital tan panchos, después de representar una escena de amor paternal espeluznante.

Leo que se han producido casos en Valencia, en Zaragoza, en Almería, niños de cristal, niños, miradas inocentes que ya no lo serán nunca, cuerpecitos con moratones, huesos rotos, torturas. Y todo en casa, en lo que se supone que es el refugio, y todo en el primer mundo, a la vuelta de la esquina.

Un padre acusado de pederastia, una madre adicta al juego y alcohólica, otros demasiado jóvenes, otros, quizá demasiado viejos. Pero no hay excusa posible.

Hay algo que se me escapa. Aún conservamos restos de instinto animal, tenemos necesidades fisiológicas, no somos pura razón todavía. Los animales no maltratan a sus crías, las cuidan, les enseñan a desenvolverse en el mundo que les espera. Esos padres no, solo hieren y machacan a sus niños.

Si la infancia es el paraíso perdido, dónde narices volverán estas víctimas, qué recuerdo feliz evocarán para sus propios hijos o lo que es peor, cómo educarán si han sido educados en la creencia de que la letra y lo que no es la letra con sangre entra.

Ayer fue 22, pero hoy hace tanto frío dentro que no puedo pensar en la primavera. Duele la infelicidad de estos niños, duele muchísimo su sufrimiento físico y su miedo. Quiero creer que el hombre es bueno por naturaleza. Y que hay excepciones. Muy pocas. No puedo soportar la idea de que la maldad no deja de crecer fuera.